sábado, 10 de diciembre de 2011

En el alma del bosque con los seres elementales de la naturaleza


Estar en el alma del bosque resulta una bendición. Fundirse en el trino de los pájaros al amanecer, cuando los primeros rayos acarician la cresta de las montañas, te conecta con lo sagrado del instante que tienes el honor de presenciar.

La niebla a los lejos se ha posado en el valle con una forma tan densa que parece que se haya disfrazado de mar y conforme se va retirando con parsimonía y elegancia a lo largo de la montaña, descubre los picos de las rocas que había estado ocultando con recelo.

El silencio tiñe el lugar con la esencia de lo divino y de lo auténtico y se muestra como un emperador callado que reina sin ser visto ni desvelar su identidad.

El sol se despierta y da vida a todo aquello que está bajo su dominio. Este astro levanta el telón de la noche y otorga el colorido luminoso a la vegetación de la cordillera nevada.


El silencio desayuna con el corazón del bosque y a ellos se unen la magia y la belleza inherente al reino de la naturaleza. Los elfos, las hadas, los gnomos y los duendes comparten el ágape con ellos, mientras celebran la dicha de existir. Los animalitos se acercan a ellos, mansos y confiados, y se rinden al momento y a la compañía de estos seres de luz alados cuya religión es la preservación del planeta.


El graznido de los cuervos irrumpe con tal fuerza que rasga el silencio. Precisamente, con este sonido pretenden enseñorearse del silencio, olvidando que éste se halla en el trasfondo del ruido que emiten.

El encanto y el misterio sutil de la niebla que prerezosamente se pasea todavía sobre algunas praderas, se confunde con el de las nieves de las cumbres en una unión y un equilibrio natural que me fascina. Atestiguarlo es un honor que me impulsa a seguir reverenciando con más fuerza a la Madre Naturaleza, y vivo este sentimiento de manera tan intensa que hace que me olvide del frío que hace.

Me siento diminuta ante tanta grandeza pero intuyo que mi respiración confluye al ritmo de los latidos del vientre terráqueo.

Me emociona la expresión natural de todos los elementos de la naturaleza tan llenos de su ser y de su identificación con el milagro que subsiste en toda forma de vida.

A lo lejos escucho la voz de mi alma gemela, ese ángel de la guarda que me ha enseñado a amar la vida, y que no ha podido resistir la tentación de adentrarse en el bosque para recoger sus frutos y silenciar sus pensamientos en la paz de tan hermoso lugar. Su voz me llama y me recuerda que debo despedirme en secreto del bosque. Lo tomo en mi corazón y le envío reiki a él y al alma del mundo que ha tenido la bondad de acoger a la humanidad en su seno.

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