sábado, 26 de noviembre de 2011

Pensamientos de un hada

Paseo por un campo de ensueño sembrado de silencio. El sol del amanecer acaricia las formas terrestres, mientras el rocío baña el alma de las flores. La luna se ha ido tímidamente y las estrellas han cerrado los ojos y su luz. Los rayos del sol se filtran en mis pensamientos y reparten promesas de luz y de bienestar.

Observo y me siento en cada árbol, en cada flor, en cada brote de hierba y es como si ya hubiera formado parte de todo esto, sólo que ahora soy capaz de contemplarlo desde otra perspectiva. Así es el juego de la vida, vivir la existencia desde diferentes ángulos que nos completan.

El ruido de fondo del río me recuerda que estoy en el ahora y camino hacia él. En el lecho, me refresco y siento el gozo de la vivencia del instante. Un ruiseñor me regala su trino y agradezco profundamente estar en ese lugar sagrado y divino, que desprende magia en cada muestra de su ser.

La brisa matutina penetra en mis poros y juega en la superficie de mi piel. También penetra en cada hueco de la tierra, en cada rendija entre planta y planta y, en cada movimiento de su danza, doblega a la vegetación que, ligera y dócilmente, se rinde a ella.

Agradezco infinitamente presenciar el nacimiento del nuevo día y me incluyo en ese estallido de vida que ahora se despierta tras el letargo de la noche. Me siento a meditar ante el río y me imagino deshacerme en el agua y fluir y ascender por ella río arriba hacia la cumbre de las montañas. En la cima, me convierto en nieve y cada copo cae sobre los corazones de los hombres y les aporta dicha, entusiasmo y alegría en una chispa inicial que viene a bendecir al mundo.

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viernes, 18 de noviembre de 2011

Vacaciones de ensueño


Me baño en una playa de emociones serenas y transformadoras, mientras olas de plenitud y de bienestar me arropan el corazón. Pensamientos de luz me acarician el alma y me muestran el burbujeo del mar que me guía hacia las profundidades marinas para desvelarme sus secretos.

Las ondinas custodian con celo las aguas y contribuyen a mantener sus virtudes de transparencia y de cristalinidad. La magia del agua hace que al observar su fluidez y su curso, nos aporte una tranquilidad de espíritu que no sabemos de donde viene, pero que a veces nos impulsa a hacer un alto en el camino para entregarnos a su contemplación.

Tomo una caracola y al acercármela al oído, escucho una sinfonía del mar que me embelesa y que me atrapa en la infinitud de sensaciones acuáticas y chispeantes que el mar me ha rebelado y que me han convertido en su hija junto a las sirenas y las ondinas.

Vuelo con ellas y nado hacia el centro de este entorno líquido en el que mi ligereza es mi piel y sobre ella bailan mis sueños en una dimensión onírica donde la fantasía toma las riendas y se funde en mi ser.

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viernes, 11 de noviembre de 2011

Mi encuentro con los elfos y otros seres elementales de la naturaleza


Me senté a admirar el paisaje. Acababa de llover y el sol acariciaba las hojas amarillentas de los árboles de tal modo que daba la impresión de que el astro rey se fundía en cada una de ellas. Las hojas de los robles vistas a contraluz parecían diamantes que tiritaban al compás de la dulce brisa que secaba las hojas todavía húmedas y que, a la vez, me insuflaba al alma de paz y sosiego.

Un cuervo sobrevolaba con atención la cumbre de la montaña como queriendo atrapar esos reflejos de luz de los árboles que a mí me encandilaban.

Presentía que yo había estado allí mucho antes con alguien muy querido y que su espíritu era ahora su vigía eterno.

El cuervo seguía volando, como reafirmándose en su trono animal y salvaje, y llamó mi atención graznando cerca de mí, recordándome que él era el señor de ese lugar sagrado, de esa naturaleza virgen, que yo había visitado de niña y que ahora había venido a mí en la edad adulta como un regalo del cielo y de los seres alados que antaño había sido mi familia de luz. Y yo los seguía percibiendo profundo en el corazón y aunque en ese momento no los veía, yo intuía con toda convicción que estaban allí. Les hice una ofrenda de pétalos de rosa y les prometí que seguiría encontrando más momentos de recogimiento como ése para sentirme tan cerca de ellos en la intimidad del ser que sólo los lugares elevados como aquél ofrecían, abrazados por las montañas nevadas.

En mis pensamientos, escuché la voz suave de mi abuela ya fallecida, que me susurraba que yo no había obrado mal al dejar atrás vínculos familiares que me ahogaban pero que habían hecho crecer a mi alma con el maestro del dolor. También me transmitió que no me juzgaría más por eso y que yo aprendiera a no juzgar a los demás y a aprovechar al máximo todas las lecciones referentes a esa cuestión que me iban a llegar por designio divino.

Algo me decía que siguiera caminando, mientras admiraba el vuelo imponente y rasante de un ave rapaz que me retaba para decirme que yo tan sólo era una visitante de aquel entorno que se desplegaba como la muestra viviente de la paz de espíritu, que yo había venido a inspirar para que descansara en mi corazón.

Mientras el ave rapaz se dejaba fluir en el cielo otoñal en círculos perfectos, guiada por su instinto, parecía animarme a que siguiera adelante a pesar de mi cansancio, siguiendo los pasos de mi intuición. Simplemente sabría cuál sería mi destino.

Cuando lo vi, me asombré tanto, que lloré de emoción. En una de mis meditaciones tiempo atrás con el alma del planeta Tierra, ella me había regalado imágenes de mí sentada en calma en un campo de espigas doradas, mecidas por el viento. Lo reconocí enseguida y, emocionada, di las gracias a mis guías. Les hice una segunda ofrenda de más pétalos de rosas, pidiéndoles mentalmente orientación y enseñanzas de maestros del corazón. Esos maestros sinceros y plenamente entregados a sus nobles propósitos, que elevan al mundo con su presencia.

Agradecí todas las preocupaciones e inquietudes que me habían impulsado a reencontrarme en aquel paraje natural, al cual había renunciado años atrás por rencillas familiares. Pero regresé porque mi corazón de niña seguía allí y deseaba fundirme con él. Lo hice casi a escondidas, temerosa de que los que me habían hecho tanto daño no pudieran verme.

Las hadas me hicieron saber en un mensaje magistral y directo que aunque yo hacía tanto tiempo que no había estado allí, ellas siempre habían estado conmigo.

Aquel lugar les encantaba y comprendí que no debía dejar que cuestiones personales me apartaran de aquel entorno mágico y verde, que me había visto gatear, dar mis primeros pasos y crecer.

Les ofrecí también a los seres elementales del bosque unos minerales (cuarzo, ónix, turquesa, amatista) para que los tomaran y bailaran a su alrededor con la vibración de la alegría que desprendían de forma natural y que tanto bien hacía al planeta. Estaba segura que se trataba de un lugar casi secreto y tan alejado que nadie podría dañarles ni impedir sus juegos y danzas.

Respiré hondo y reverencié a aquella naturaleza de belleza espectacular que hacía acallar en su presencia maternal y compasiva incluso a las mentes más alteradas. Ante ella, se doblegaban en una actitud de respeto y de acogimiento.

En aquel instante eché de menos al ratoncito que había comprado el día anterior, llamado Elfo en honor a estos seres elementales y guardas de la naturaleza, maestros de reiki y de yoga desde su nacimiento, cuyo propósito siempre incluye a la Madre Tierra. Sabía que me protegían y su cercanía me hacía sentir pequeña pues admiraba profundamente su mente telepática, su invisibilidad, su belleza extrema y sus nobles virtudes. Quizás las rosas y los minerales eran un obsequio minúsculo para la grandeza de su alma, pero les pedí que lo aceptaran y que me ayudaran a encontrar la alegría que hacía vibrar a mi corazón de niña y que el sufrimiento había encogido desde la adolescencia. Con lágrimas en las mejillas hice un llamado para que me ayudaran a sacar todas las capas que me impedían encontrarme conmigo misma, descubrir mi naturaleza estelar y ejercer mi misión para poder regresar a donde pertenecía.

El mensaje silencioso de los elfos fue que a veces para difundir un mensaje o enseñar lo que estamos predestinados a hacer en el mundo, debemos esperar a tener la corriente a nuestro favor. Me pusieron en mi mente el siguiente ejemplo:

-Si deseas lanzar hojas de colores al aire y éste te las devuelve, es que la brisa fluye en dirección contraria a donde ahora estás. Espera con paciencia a que los elementos se muevan paralelamente a ti en tu beneficio y en un abrir y cerrar de ojos, lanzarás sabiduría por doquier a los corazones necesitados de enseñanza. Lo harás de forma natural, automática, arropada por la magia y la luz de tu alma hadada, sedienta de evolución y crecimiento.

Me tumbé sobre el suelo para integrar el mensaje, con mi pluma estilográfica entre los dedos, prometiendo que regresaría de nuevo a recoger las sabias palabras engendradas en aquel paraje natural que hablaba en la brisa, susurraba en cada arroyo y rezumaba intuición y conocimiento ancestral en cada paso del camino. Seguirlo era una bendición que me abría el corazón y lo recargaba de fuerza, ilusión, inspiración y amor a borbotones. Sólo podía decir gracias y seguir alabando el silencio profundo de aquellas praderas, que me recordaba que siempre había permanecido en mi pecho y que ahora abría los ojos y, lentamente, se desperezaba para ofrecerme aquietar mi mente y convertirla en neutral desde la dicha del ser por el sencillo hecho de existir y de sentir la vida a flor de piel, atestiguándola con presencia y atención plena. Algo estaba despertando en mi interior.

Los elfos me pedían en mis pensamientos que sintiera mi vientre como el contenedor del regazo de la madre naturaleza, del crecimiento de la vegetación, del fluir de los manantiales y lagos, de la paz infinita de las estrellas que con su luz bendicen y embellecen nuestros sueños y eso me reconfortaba.

Sabía que algo nuevo se instauraba en mi vida.

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viernes, 4 de noviembre de 2011

La paciencia según las hadas

Las hadas nos enseñan que la paciencia es la llave maestra que nos enseña a saber reconocer el instante preciso en que debemos actuar para conseguir lo que nos corresponde. La paciencia nos pone en paz con el hecho de se deba esperar mucho o poco tiempo en conseguir nuestro propósito. La paciencia requiere de fe y de interiorización con uno mismo y de una firme convicción en las creencias que nos impulsan a aparentemente mantenernos pasivos pero que luego nos darán la fuerza de actuar con coraje y convencimiento. Actuaremos ni antes ni después, sino cuando llegue nuestro momento. La persona paciente no desespera porque sabe manejar el no saber y no deja que el miedo a la duda o la inseguridad condicione su vida, sino que integra la incertidumbre como un elemento necesario para valorar y actuar desde la seguridad y será precisamente ésta la que hará que tenga la sensatez y la eficacia de llevar a cabo las acciones necesarias cuando su momento se presente ante ella.

Una persona paciente:

  • Sabe escuchar sin dejarse presionar o influir negativamente por los comentarios ajenos
  • Sabe que en la vida hay momentos para todo y ha aprendido a aceptarlo
  • Sabe escucharse a sí misma y tiene claras sus pretensiones
  • Sabe escoger
  • Suele permitir, por naturaleza no suele resistirse
  • Es prudente, discreta, no hace habitualmente juicios de valor de crítica o de queja
  • No busca destacar ni ocupar una posición de protagonismo
  • Es humilde
  • Es sabia y compasiva porque ha aprendido a comprender
  • Está en paz consigo misma y con el instante


Las hadas nos transmiten que la paciencia es un don que nos conecta con la luz del alma, con esa sabiduría que hemos venido a desarrollar, la que nos permitirá reencontrarnos con nosotros mismos y que, cuando estamos preparados, compartiremos con los demás. Compartiremos cuando estamos preparados para hacerlo, no antes, cuando nos sentamos llenos y completos con nosotros mismos y desde nuestro centro y nuestra fortaleza interior, podamos ayudar a los demás. También es importante saber reconocer quién está preparado para recibir nuestros dones y nuestra ayuda pues en todos los procesos se da y se recibe. Por ello, todas las partes implicadas deben estar preparadas no sólo para recibir, sino para dar o aportar lo que toque para adquirir una mayor seguridad en nosotros mismos, desarrollar nuestro potencial y alcanzar un grado de madurez óptimo.

La impaciencia nos impide adoptar buenos criterios porque es como un velo en la mente que hace que actuemos de forma visceral o por impulso y que provoca que nuestras percepciones sean erróneas, demasiado rápidas o apresuradas. La impaciencia también hace que no escuchemos buenos consejos y que no seamos capaces de tomarnos el tiempo necesario para valorar otras posibilidades, es decir, la impaciencia nos encierra en una sola opción y nos hace correr a toda prisa. La impaciencia suele ir acompañada de angustia o de ansiedad.

Una persona impaciente no sabe esperar al momento adecuado y actúa a contracorriente para lograr el objetivo de su fijación mental.

Una persona impaciente:

  • No es flexible
  • Es intolerante
  • No piensa mucho antes de actuar
  • En lugar de dejar que las cosas vengan a ella siempre va a buscarlas
  • No sabe escuchar
  • Se deja dominar por sus pensamientos y, a veces, por las opiniones de los demás, aunque no le convengan
  • Adopta la prisa como una forma de vida
  • Le gusta hacer muchas cosas a la vez y cuando más rápido, mejor
  • Es crítica con sus errores y con los de los demás
  • Correr en la toma de decisiones le causará bloqueos en el futuro y hará que le cueste tomar decisiones acertadas.

La paciencia es una virtud que nos conecta con la sabiduría del alma, aquella que sabe reconocer y actuar en el momento preciso, no antes. La paciencia hace que sepamos adoptar una forma de pensar que acepta las cosas tal como son, cediendo (que no es lo mismo que rendirse) y teniendo fuerza, cuando no se puede hacer nada o bien adoptar la valentía necesaria para cambiarnos a nosotros mismos o a la situación.

A veces, es necesario ceder bien porque la vida nos muestra que nuestra percepción no es la idónea a la situación o bien para que aprendamos a seguir esperando a que llegue el instante de actuar desde una posición mental no de desesperación sino de de serenidad y neutralidad ante circunstancias que etiquetamos como adversas. Cuando renunciamos a influir en una situación, no forzamos y dejamos que todo sea, casi sin darnos cuenta y cuando menos lo esperamos, actúa la magia de la vida y abrimos un nuevo camino donde todo se transforma y queda todo colocado en el sitio que le corresponde.

Una persona paciente no es una persona pasiva que se resigna a su suerte sino una persona que está en paz con los procesos de la vida y con cada una de sus fases.

Paciencia puede ir unida a aceptación, prudencia y serenidad.

Los procesos inherentes a la evolución de la naturaleza y sus diferentes ciclos son un claro ejemplo de paciencia y de sabiduría.

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