viernes, 29 de enero de 2010

Cuento del enanito y su árbol


Érase una vez un enanito que desde que nació, cuidó con esmero de un árbol del bosque donde vivía. Solía hacerlo con todos los árboles, pero con éste, especialmente. Así que le prodigaba los mejores cuidados y el árbol le correspondía, guareciéndolo de las gotas de lluvia, de la ventisca, refrescándole con su sombra y filtrando con sus hojas los calurosos rayos de verano.


El enanito había conectado con el espíritu de su árbol, por eso, le encantaba sentarse debajo de él y sentir cómo le protegía. La copa de su árbol le parecía majestuosa y podía percibir el equilibrio de la energía de la tierra que succionaban las raíces del árbol con la del cielo, recogida por las hojas. El enanito se apoyaba contra el tronco del árbol y le parecía que se mecía entre el cielo y la tierra, en un dulce vaivén que lo adormecía lentamente…


Estar con su árbol le producía una sensación de paz y de confianza en los elementos de la naturaleza. Esa naturaleza verde que él adoraba. De cada elemento del bosque se desprendía una sensación de vida latente que el enanito podía captar y proteger.

Pero un día un rayo destruyó el árbol y el enanito no paró de llorar. Lloró tanto que el suelo empezó a humedecerse y con los primeros rayos del sol, apareció en el mismo lugar donde antes estaba el árbol, un tímido brote… Cuando el enanito lo vio, se alegró y reconoció a su árbol y… ¡empezó a dar saltos de alegría!. Su amigo, el árbol, había decidido volver a renacer ante tanto llanto. Así que el enanito empezó a cuidarlo con esmero…


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sábado, 23 de enero de 2010

El cuento del vuelo del gnomo



Érase una vez un gnomo que se dejó enternecer por los sueños de un humano hasta tal punto que se comprometió a hacerlos realidad. El humano soñaba con sentirse completo y con hacer un mejor uso de sus habilidades, pero para ello necesitaba centrarse en su interior, detenerse en cada emoción para poder desarrollarse algún día en un entorno en armonía con la espiritualidad que rebosaba en su corazón. Así que el gnomo, el cual poseía la capacidad de reconocer la verdad en cada sentimiento, partió montado en el lomo de un halcón en busca de ese rincón donde el humano percibiera su luz espiritual. No buscaba personas, ni lugares en particular sino pensamientos, aquellos que realmente fueran los se acoplaran mejor a la mente y el alma del humano. Se trataba de un viaje a través del cielo para buscar semejanza, plenitud y riqueza interior. Para ello, el gnomo agudizó sus sentidos con el fin de reconocer los juicios y las sensaciones de las gentes y de los lugares a los que el ave le llevó, sin embargo, nuestro humano tenía tan elevados ideales, que resultaba difícil tarea encontrar a sus afines. Pero el gnomo se había comprometido con nuestro humano, así que, fiel a su determinación, no cejó de surcar el cielo día y noche para hallar un lugar adecuado en la tierra. Sabía que debía ser un lugar sagrado, cautivador, de naturaleza noble y casi mágica… En tan árdua búsqueda emocional el gnomo añoraba tanto a su adorado bosque...

Después de varios días, decidieron apearse pues el halcón estaba agotado y necesitaba beber y alimentarse. Así que aterrizaron en un paraje de tal belleza natural y pureza, que parecía que nunca antes hubiese sido descubierto. De hecho, el abanico de colores del amanecer era tan espectacular, que se estremecieron ante lo sublime del momento, cuando una corona de susurros les envolvió con tal ternura y amor, que pidieron al humano que partiera hacia ese lugar para adentrarse en el espíritu de la naturaleza y confundirse en la caricia de la brisa que arropa los rayos del sol cada la mañana, escaparse con la hojarasca, jugando en círculo con el viento o montarse en la cresta de las olas. De este modo, el humano hallaría en el equilibrio y en la sabiduría de las fases cíclicas y de la evolución de la naturaleza la posibilidad de satisfacer sus propias respuestas.


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sábado, 16 de enero de 2010

Cuento del hada y el duende





Érase una vez un humano tan introvertido que no sólo se había cerrado al mundo exterior, sino también al interior, de tal modo que le costaba reconocer sus propios sentimientos. No se conocía a sí mismo. Así que un duende y un hada trabajaron en colaboración para lograr identificar sus sueños e impulsarle hacia ellos. De día, indagaban en su corazón y de noche, reposaban en su alma para descifrar los mensajes que la respiración del humano les revelaba sobre su psique.

Un día, el humano abrió un libro en el que leyó el cuento de un duende y un hada que habían partido hacia un lugar lejano en busca de los ingredientes de una receta mágica para alegrar a alguien que ya no creía en nada, ni tan sólo en sí mismo. En ese momento, el humano cerró el libro de golpe porque se dio cuenta de que los ingredientes debía descubrirlos él y para ese fin, partió en su búsqueda pero se trataba de una búsqueda interna en la cual al final del camino llegaría a conocer el final de ese libro que acababa de cerrar…


No estaba sólo pues supo que al igual que en el cuento que había leído, él también podía contar con su duende y su hada y fue entonces cuando sintió su presencia y la sintió como un beso de aire fresco… Miró por la ventana y vio los primeros rayos del alba. En el inicio de ese nuevo día, él empezaría a auto explorarse hasta que uno de esos rayos le mostrara sus sueños…

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sábado, 9 de enero de 2010

Los pétalos del hada



Del corazón

de un pensamiento noble

nace un hada

en sincronía

con el florecer

de la primavera.


Los pétalos

de su alma

se abren

a la luz del alba

y se esparcen

en la infinitud

del cielo.




La brisa los lleva

hacia las emociones

auténticas y sinceras

y las transforma

en espiritualidad

y manifestación,

cuando las estrellas

cobran vida

y responden a la magia,

formando un círculo

entorno a la corona

de la luna soberana.


Ese hada fluye

con tu respiración

y vive en tus sensaciones

en la plenitud

de tu existencia,

mientras te susurra

todo lo bueno

que hay en ti.


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