viernes, 27 de julio de 2012

Supermami, la mamá gallina (3)


Supermami, la mamá gallina, sigue siendo una dama al cuidado de sus cinco hijos patitos que desde que llegaron al gallinero, recibían el amor y cuidados de su mamá adoptiva. Tras haber sido rescatados de una balsa a la cual cayeron con tres días de vida y de la que no podían salir por sí solos y tras ser abandonados, Supermami, veló por los recién llegados patitos a la granja y seguía sus pasos con mirada atenta. Los estaba criando en el corral como si fueran hijos suyos y eso se reflejaba en la mirada de alegría y felicidad de esas pequeñas aves que expandían ternura e inocencia con sus juegos y sus continuos baños en el recipiente que el granjero dispuso para ellos en el corral.

Un día el granjero cogió entre sus manos a uno de los patitos para verificar su crecimiento y buen estado de salud y, Supermami, creyendo que el granjero iba a dañar a su pequeño patito, se alzó con la patas en garra, con la cola en alto, con todo el cuerpo muy hinchado, creciéndose ante el que ella creía un agresor de su retoño, y con una expresión de ira y enfado, ella se abalanzó sobre el granjero, el cual, sorprendido y un tanto asustado por la actitud sobreprotectora de Supermami, soltó de inmediato a la cría de pato.      

-Gracias, Supermami- dijo la hijita del granjero, que acababa de presenciar la escena-. Me has demostrado el coraje del que es capaz una madre por sus hijos, la valentía con la que se enfrenta al mundo y lo vence sin dudas y con la determinación del alma. Gracias, Supermami, por cuidar de tus patitos y darles ese amor que sólo tú sabes dar y por demostrarme con tu acción de ahora que el papel de una madre en la defensa de sus hijos es admirable y uno de los más nobles que jamás hubiera imaginado. Gracias, Supermami, por ser mi maestra y también la de mi papá, que, a partir de ahora, tratará de ser más respetuoso con tus patitos. Pero quiero que sepas, linda gallina, que nosotros queremos a tus patitos tanto como a tú a ellos y que a nosotros también nos preocupa su crecimiento. Verlos crecer fuertes y sanos es nuestra mayor bendición y que tú veles por ellos como su ángel de la guarda resulta una bendición aún mayor.  

Princesa, la codorniz, ya se había restablecido completamente y volvía a poner huevos, además, regresó junto a su pareja, el macho codorniz, ahora más tranquilo, receptivo y en paz, el cual la trataba como a una verdadera princesa. Eran una pareja de codornices felices que habían recuperado el afecto y el cariño que los unió desde el principio. Los polluelos de Princesa correteaban por el corral y comían y crecían sanos y contentos.

 

Sin embargo, los meses pasaban y los patitos cada día eran más simpáticos y divertidos. Su plumaje de cuello verde despuntaba y su piar se iba convirtiendo en un cuac-cuac. Supermami empezó a respetar esta fase de su crecimiento y a distanciarse prudencialmente para dejarles el espacio adecuado a los que habían sido sus patitos-polluelos pero que ahora ya manifestaban independencia e integración en el grupo de aves del corral. Y aunque Supermami comenzaba a relacionarse más con el resto de las gallinas, los patitos a veces seguían acercándose a la que con tanto amor los había cuidado. Supermami se había convertido en su mamá y para ellos siempre lo sería.

Los patitos descansaban tranquilos y desprendían una humanidad a través de una expresión de sosiego y ligereza, que estremecía al granjero al contemplarlos. 

-Patitos, sois mis ángelitos -decía el granjero.


 Un mirlo se instaló en un nido sobre un árbol cerca de la granja y su canto melódico despertaba a sus habitantes y los sumía en un estado de dicha por la bella sinfonía que se desprendía de su trino. Al atardecer el mirlo también cantaba y el granjero daba gracias por la belleza de este armónico canto que le confirmaba que los ángeles andaban cerca y que custodiaban y protegian a sus amadas aves. Los pájaros conferían vida a la granja y recordaban al granjero el milagro de la vida, la bendición del crecimiento y el regalo de poder compartir su vida humana con tan dóciles y alegres animales.

Un día una tormenta de granizo azotó la granja y la piedra de granizo echó de su nido a la cría de mirlo cuyos progenitores alegraban la granja con su canto. El granjero cogió del suelo a la cría de mirlo empapada, asustada y aturdida y lo colocó junto a la lumbre para que se secara y reconfortara. Trató de darle de comer, pero el pequeño mirlo no quiso comer. Era de noche y sus padres no aparecían, así que el granjero colocó a la cría de mirlo junto a una lamparita en la jaula de las crías de codorniz de Princesa para que al menos allí el pajarito estuviera calentito. El mirlo era precioso y tenía unos ojos muy grandes. La hija del granjero rezó a los ángeles para pedirles que los padres del mirlo vinieran a recogerlo por la mañana y los ángeles atendieron su petición. Al despuntar el alba, el trinar del mirlo que despertaba a la granja cada mañana no era tan melodioso como era acostumbrado, sino que era diferente. Se trataba de los progenitores del mirlo que estaban llamando a su cría. El pequeño ya tenía las plumas completamente secas y estaba restablecido del susto de la tormenta del día anterior. Ahora sólo deseaba regresar al nido. El granjero abrió la jaula, lo liberó y el voló junto a sus padres.      

El granjero solía dejar intencionadamente grano fuera de las jaulas y corrales para que otras aves pudieran alimentarse. Era una manera de tener cerca a los mirlos, a los gorriones y a otras aves que se habían enseñoreado de la vastedad del cielo y que visitaban la granja para llenar el buche.
 
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lunes, 23 de julio de 2012

Discurso de la Papisa (2)

Sigo notando la presencia discreta de la Papisa, cuya sabiduría se dirige directo a tu corazón:

Seduces a la brisa con esas alas inmensas que abarcan corazones que ansian despertar. Con movimientos suaves y sutiles, consigues hacerlos salir de su letargo y darse cuenta de las maravillas que les circundan. Un reguero de luz se desploma alrededor de tu aura, es como una idea divina que se enciende para iluminar tu mente. Se cae, entonces, ese telón de acero que consiguió doblegarte y te quedas en tu verdad desnuda y vacía. Ya no hay rastro de duda, sólo de la certeza del instante que siempre ha sido tu mejor amigo y aliado. 
Extiendes esta gran victoria a tu paso sin buscar nada ni tener objetivos. Te has convertido en el ejemplo de tu enseñanza y eso crea seguidores. 

En el silencio de tu corazón, rodeas de paz a tus pensamientos, siervos de tu ser y llenos ahora de luz. Cada forma de vida que se te acerca resulta la adecuada. Sin juicios ni límites, tu realidad cogra más vida que nunca y admiras su enorme perspectiva, posibilidades y margen de acción donde todo se entrecruza en un equilibrio perfecto, propio de artesanos diestros o de tejedoras del destino. 


Desde la nada brindas al instante tu mayor reflejo y cada segundo se convierte en ese riachuelo cristalino que siempre fluyó por tu corazón. Todos somos ríos cuya transparencia nos retorna a las raíces, a nosotros mismos, a esa cristalinidad sublime del ser donde nos espera o queda lo que somos realmente.  
  
Sin nada, vacíos, libres de todo, encontramos la mejor de las riquezas: la del ser pletórico, en libertad, en estado salvaje, puro, carente de todo lo añadido. 

Como una niña preciosa y sonriente que te pide en el parque que cuides de su juguete, mientras ella corre a jugar con su hermana, tú confías en que la existencia te ofrezca el abrazo maternal de sus cuidados y sus mimos. El mayor de los afectos es permitir la creatividad de cada uno. Así,  la tuya se escapa por cada poro de tu piel y nadie va a cortar ese flujo de identidad con uno mismo pues la creatividad es el mayor de los dones. Existe creatividad en todo lo que es auténtico o inocente: en los niños, que intuitivamente saben que pueden confiar en ti, también en la manera de sobrevivir de los animales, en el respirar de la vegetación, en la belleza con que se alzan las montañas y en el sabio proceder de la humanidad. Todo lo que te haga sentir bien a ti y a los demás, es creativo.
  
Como la falda de una muchacha que se levanta con el viento, la vida a veces juega con nosotros y nos gasta bromas. Considerar las bromas agradables que vienen a fortalecernos y aleccionarnos o como desagradables, que vienen a hacernos caer, es nuestra elección. 

La vida vivida despacio es cuando más permite el flujo creativo de cada uno porque te detinenes a sentirla. Cuando vives despacio, pierdes frecuentemente la noción del tiempo, no te da la sensación de que se te escapa, sino que actúa a tu favor y a tu ritmo. Es, entonces, el tiempo un aliado que te dice que te tomes el tiempo que necesites para sentir, entregarte a la sensación del ahora y permitir a su vez que todo emane vida. De este modo, un doble efecto actúa en tu existencia, lo que sientes en tu interior, afectará inevitablemente a tu exterior. Si en tu interior siempre vivencias cuentos de hadas y los escribes, tu exterior va a estar repleto de tus personajes a los que vas a contemplar desde tu escenario en perspectiva, ayudándote a ser más neutral y ecuánime, pues las cosas vistas desde afuera nos convierten en los mejores monarcas, aquellos que toman sabias y objetivas decisiones que tú plasmas siempre en tus cuentos. 

Pule tus herramientas interiores y el exterior fluirá con maestría y una genialidad que excederá a tu imaginación. Tiñe de realidad tus cuentos, tiñe de fantasía tu realidad y te asombrará o fascinará lo subliminal de tu escenario. Lo divino se manifiesta en cada obra de creatividad y dedicación o servicio por pequeño que sea.  

Cada acto desinteresado es una muestra de amor que seguirá permaneciendo en el mundo, cuando te vayas. Lo negativo debe impulsarte a potenciar lo positivo y, luego, a tratar de ser más ecuánime, más neutral para ver que, en realidad, no existe ni el bien ni el mal sino que todo sucede porque no sabemos hacerlo de otro modo y porque tuvo que ser así para que la vida pudiera ofrecerte un regalo, una valiosa lección o, simplemente, a veces hay que rendirse al misterio mágico de la vida y no pedir explicaciones. Aceptar lo que nos pasa, no nos hace sucumbir a las preguntas insidiosas a las que nos somete el ego, lleno de dudas, vacilaciones, exigencias o miedos. Podemos aceptar, aunque no compartir algo con lo que no estamos de acuerdo. Podemos aceptar y compartir. Podemos no aceptar y no compartir. Siempre tenemos libertad de actuación pero cuanto más despojados estemos de nuestros juicios y prejuicios, menos manipulación y contaminación emocional pasará por nuestros actos y, por tanto, mayor muestra de nosotros mismos le rendiremos al mundo. 


En el miedo a perder, a veces, ganamos la mejor de las batallas, al darnos cuenta de que, a pesar de todo, nunca dejaremos de sentir nuestros pasos, la ropa que nos viste, la luz del sol sobre nuestra espalda, el paso de la brisa que nos sigue recordando que estamos ahí, vivos, aquí, presentes, y tan libres y desposeídos que ya no tratamos de agarrarnos a nada. Esa es la mayor de las libertades y nos confiere la mayor confianza en nosotros mismos y fe en nuestro camino, a veces, paradójico pero no por eso menos mágico, asombroso, fructífero o perfecto en cada trazo. Y es que los tejedores del destino, nos entregan el hilo, la madeja y la aguja para que creemos en cada momento presente nuestro tapiz particular y mostremos de lo que somos capaces sin depender de la aprobación de los demás sino tan sólo del alineamiento con nuestra misión de vida. Esa alineación se construye sobre la quietud del espíritu, desacelerando los pensamientos, dejando de correr, de competir, de compararse o prejuzgar. 

Cuando estamos vacíos de lo que creíamos que éramos, no existe nada que apartar ya que la realidad se nos muestra inclusiva y a sabiendas de nuestra verdad nos convertimos en los propios tejedores de nuestro destino. Este es el rol que debe desempeñar cada uno. Todos somos nuestros propios maestros. La verdad es lo que alienta cada maestría a pesar de la opinión de los demás y esa verdad es la que hemos venido a conocer y descubrir. ¿Cuánta verdad hay en tu vida?   

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martes, 17 de julio de 2012

Discurso de la Papisa


La Papisa, gran conocedora de las leyes del Universo, es una sabia figura del tarot que me ha soplado parte de sus conocimientos. Los comparto con vosotros a través de este escrito: 

 
 
Somos creadores de la realidad que nos circunda y cuanto más limpios estén nuestros pensamientos, cuanto más honestos, coherentes y sinceros seamos con nuestra verdad, más posibilidades existen de ser implementadas. 

La fe es un arma poderosa que siempre debe ir acompañada de una visión realista y a veces un tanto atrevida de una idea propia. La música brota del alma y nos marca el ritmo para seguir adelante con nuestros proyectos del alma. La constancia garantiza la consecución de un proyecto. A veces, en cambio, renunciamos, nos desasimos de algo por lo que hemos luchado y, cuanto menos lo esperamos, presenciamos la cristalización de nuestro deseo. Y es que el desapego deja un espacio creador maravilloso que puede obrar milagros por paradójico que pueda resultar. En este caso, soltarnos nos acercaría a lo que realmente somos.     

La virtud más noble que acompaña un deseo es la sincera intención de ayudar, de aportar al mundo algo para que se convierta en un lugar mejor. El Universo va a solidarizarse con nuestro ferviente deseo y, si no prospera, no por eso vamos a abandonar nuestra vocación. Quizás entonces volver a intentar lo mismo más tarde, iniciar algo parecido pero con alguna variante o novedad o simplemente buscar otro camino. El apoyo aparecerá en su momento y el Universo nos sustentará, si estamos alineados con el propósito de nuestra alma.

Nuestra vocación de servicio es algo que nos hace sentir bien, en la que el tiempo nos pasa volando, que nos llena y nos hace sentir útiles. La mente de un servidor del mundo debe de ser ecuánime, neutral, desapegada de juicio ya que así sabrá escuchar y nunca confundirá ayudar con perjudicar o dañar, tratando de imponer solapadamente a los demás los propios prejuicios o conceptos contaminados de ego. Ayudar es impulsar al otro para ser y dejar ser y nunca manipularle o hacerle sentir culpable para plegarlo a nuestros deseos, deseos que suponemos que son lo mejor para él. Pero una mente abierta sabe que no lo sabemos todo y mucho menos sobre los demás y que lo pensamos que les pueda convenir pueda ser erróneo. Por eso, para tratar de conocer a los demás, el primer compromiso que debemos cumplir es conocernos a nosotros mismos, requiera esto el tiempo que sea necesario, sanar las heridas, ser consciente de las propias debilidades y virtudes, para luego ayudar, escuchar y comprender mejor a los demás. Esta posición nos permitirá empatizar o colocarnos en la situación del otro y tanto más cuanto nosotros la hayamos experimentado anteriormente o seamos capaces de entenderla aún sin haberla vivido en nuestras carnes.

La ayuda a los demás no debe implicar renunciar a ser uno mismo o agotarnos excesivamente en el intento de dedicarnos al prójimo, ya que si nos olvidamos de nosotros mismos, nos acabaremos olvidando de vivir, se nos escapará la vida, sobre todo, si intentamos a toda costa agradar a los demás, y nos sentiremos desorientados y perdidos al no conocer lo básico sobre nosotros mismos.


Conocerse abre un amplio abanico de posibilidades creadoras y nos hace sentir libres y seguros. Conociéndonos desplegamos nuestras alas de conocimiento para luego fundirlas con las de los demás y continuar con la cadena humana de libertad que romple viejos miedos y nos acerca a nuestra autenticidad. De este modo, el primer servicio es a nosotros mismos y cuando estemos preparados, lo ampliaremos al resto de la humanidad. Iremos encontrando en nuestro caminar a aquellos que son reflejos de nuestras cualidades y defectos, lo cual nos permitirá tomar consciencia de cosas que casi habíamos olvidado e ir puliendo nuestra personalidad, perfeccionándonos para acercarnos cada vez más al ser. Conforme vayamos trabajando interiormente nuestros punto débiles y cambiando nuestras actitudes, también cambiarán los de nuestro alrededor o bien seguirán o seguiremos otros derroteros para dejar paso a los que se asimilan a nosotros.

Así pues, la vida se convierte en una escuela cuyo éxito proviene de creer en nosotros mismos. Si aprendemos a tener convicción en los designios y dones del corazón y a fortalecer nuestra autoestima, sabremos despertar estas valiosas cualidades en los demás.           

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viernes, 13 de julio de 2012

Supermami, la mamá gallina (2)



Supermami, la mamá gallina adoptiva seguía criando a sus patitos con el amor, el esmero y la dedicación de una madre. El granjero opinaba que ella era la viva muestra de que las madres entregadas, en sí mismas, son un verdadero milagro en La Tierra pues ellas alientan a sus retoños a ser por sí mismos, cuidándoles pero sin tratar de interferir ni coartar la expresión espontánea y natural de esas pequeñas almas juguetonas y tiernas.  


Los patitos no paraban de comer y piar y mamá gallina estaba resplandeciente de felicidad con ellos. Desde que los estaba protegiendo, Supermami estaba más bonita que nunca. El estar siempre pendiente de ellos formaba parte de su vocación de madre.

-He tenido mucha suerte de que hayas llegado a mi gallinero, Supermami -decía el granjero-. ¿Te han enviado los ángeles?


En una jaula grande anexa al gallinero había unas codornices chinas. Su plumaje claro y amarillo les confería una belleza particular. Un día el granjero observó como el codorniz macho picoteaba en la cabeza de la codorniz hembra y le causaba daño. El granjero se dio cuenta de que la cabeza de la hembra empezaba a sangrar. Por eso la tomó en sus manos y con el amor que profesaba a los animales de su granja, le limpió las heridas. Hinchados de dolor, los ojos de la codorniz no se abrían. La hija del granjero que había heredado de su padre la pasión por los animales, le pidió a su papá si podía tener bajo su cuidado a la codorniz hembra. Su padre accedió.

La niña intentó tomar a la hembra entre sus brazos, pero ella, dolida por el ataque que acababa de sufrir, no permitió que la niña la abrazara. La niña comprendió el miedo de la codorniz. La niña se entristeció pues la codorniz pasaba sus días sin comer, con la cabeza siempre agazapada, como si hubiera sido vencida. Siempre estaba plegada, retraída y con los ojos cerrados. La niña podía sentir el sufrimiento de ese animal en su propio corazón y solía llorar al verla tan débil. La niña le rezaba a los ángeles y les suplicaba que por favor le devolvieran la vista a la codorniz.

-Por favor, tenéis que curar a mi codorniz - susurraba la niña a su ángel guardián.


El granjero trataba de que la codorniz comiera y bebiera algo pero no siempre lo conseguía. El animal estaba muy abatido y desconsolado. El granjero cogió a la codorniz macho que dañó a la hembra y lo trasladó al corral con las gallinas. Allí el macho codorniz intentó propinar un picotazo a uno de los patitos y tuvo que vérselas con Supermami que ni por un momento dudó en defender a su pequeño. Luego el codorniz macho cayó en el recipiento lleno de agua que el granjero había colocado allí a modo de balsa para los patitos. El codorniz no pudo salir de allí y tuvo que pasar toda la noche en el agua fría. El granjero lo sacó por la mañana y lo recolocó de nuevo en su jaula pero esta vez aislado. El animal estaba como inmóbilo aletargado a causa del efecto del agua.

-Papá -le dijo la hija a su padre granjero -la codorniz que me has permitido adoptar se llama Princesa y aunque ahora es una princesa triste, yo rezo a los ángeles para que se recupere-..

-Ten paciencia. Los ángeles escuchan todas nuestras peticiones -le dijo el granjero a su hijita.

-Papá, por favor, deja que Princesa esté un tiempo conmigo, fuera del corral -le pidió a su padre.

-¿Por qué? -le preguntó su padre.

-Por que quiero que sane y deje de sufrir este asedio -le dijo su hija.

-A veces los animales se atacan entre ellos. Nosotros no podemos juzgarlos desde nuestra perspectiva humana pues su naturaleza animal es quien los rige. Pero por esta vez voy a respetar tu petición -le dijo amorosamente el padre a su hija.

Entonces sucedió un pequeño milagro: Princesa empezó a abrir un ojo y a recomponer su compostura habitual. Ya no estaba siempre agazapada, con la cabeza gacha, sino que ahora estaba más levantada, parecía una verdadera princesa. Pero por aquel entonces sucedió otro milagro y es que el granjero tenía en la granja una incubadora artificial donde días atrás había colocado unos huevos de Princesa. Dos de ellos empezaron a romperse y nacieron dos preciosas y diminutas codornices. La hija lloró de felicidad al presenciar el milagro y experimentar la emoción de ese momento mágico.

-Cúrate pronto, Princesa, tus hijos están aquí. Pero no te apures, mientras estés enferma, papá los alimenta -le dijo la hija del granjero a su codorniz.        
   
Los patitos seguían siendo las estrellas del gallinero bajo el atento cuidado de Supermami. El resto de gallinas de corral estaban alicaídas, tristes. El granjero se dio cuenta de la razón: el gallinero se estaba quedando pequeño ante tante correteo de los patos, además, éstos siempre se bañaban y mojaban toda la paja y el suelo de tierra del gallinero. Por esta razón, el granjero agrandó el corral y retiró parte de la paja mojada y en su lugar el granjero colocó piedras de grava cerca de la bañera, de este modo, esa zona no estaba tan húmeda  y sería más cómoda para las gallinas.



-Papá, no pongas grava por todo el suelo del corral -le dijo la niña a su padre - Deja parte del corral con el suelo de tierra, la que esté más alejada de la bañera de los patos. A los patos y a las gallinas les encanta buscar insectos en la tierra.

-Qué lista que es mi niña -dijo el granjero.   

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viernes, 6 de julio de 2012

Supermami, la mamá gallina

Érase una vez una mamá gallina que vivía en un corral de gallinas y codornices de una granja de campo, cercana a la ciudad. Desde allí no se escuchaba el bullicio de la gran urbe, por esta razón, en la granja se respiraba una atmósfera apacible donde los animales pacían en los prados y convivían en armonía. 

El granjero muñía las vacas cada mañana, ensillaba a los caballos y daba de comer a las gallinas, ocas, conejos y patos. En esa granja había un estanque enorme donde los patos nadaban sobre los peces. Los patos más pequeños chapoteaban en el agua y jugaban y correteaban sin cesar al llegar al suelo bajo la atenta mirada de sus progenitores. 

Un día una vecina del granjero, que vivía junto a un lago, se puso en contacto con el granjero pues en su lago aparecieron unos bebés patitos que parecían perdidos. Su mamá no estaba y nunca apareció. La vecina se compadeció de tan tiernos animalitos y deseó por encima de todo que crecieran con el amor de una madre, algo que después queda en el corazón para siempre. Así que la vecina le propuso al granjero si la mamá gallina de su corral los podía adoptar.

-La gallina decidirá -dijo el granjero.   


Tenía el granjero una gallinita perica que solía incubar no sólo sus propios huevos sino los de otras aves, si se daba el caso de que las aves mamás originarias no pudieran hacerlo. Por eso, antes de ser abandonados, según el granjero, la mejor opción era que esta gallinita que emanaba amor sin condiciones se hiciera cargo de los huevos.  Ella lo hacía encantada pues era su misión y su gran vocación. Debido a esta gran virtud, dedicación y entrega, el granjero llamaba a esta gallinita: la Supermami. Para que la gallinita pudidera llevar a cabo su noble misión, el granjero le acondicionó en el corral un lugar privilegiado donde ella disponía de agua, comida y suficiente espacio.

Hacía días que la gallina incubaba huevos propios y de una codorniz del mismo corral que había enfermado. Supermami apenas se levantaba pues siempre estaba sentada sobre los huevos para darles calor y que, de este modo, dispusieran de la temperatura adecuada.

El granjero colocó los cinco patitos de tan sólo tres días de vida al lado de Supermami. Ella no se movió y la verdad es que resultó un tanto indiferente hacia los nuevos patitos que piaban pidiendo amor. Pero si Supermami se levantaba, entonces los huevos quedarían sin incubar. ¡Qué dilema!   

Los patitos se acercaban a Supermami pero ella más bien trataba de apartarlos para proteger los huevos que estaban bajo su vientre. Entonces, el granjero la miró fijamente y le dijo:

-Por favor, cría a los patitos y ayúdales con tu amor a crecer fuertes y seguros-.

La gallinita, que hacía días que estaba prácticamente inmóbil, pestañeó al escuchar estas palabras. Al cabo de media hora, el granjero comprobó que la gallinita, que seguía sentada incubando los huevos,  ya tenía a los patitos también bajo su cobijo y su vientre. Sin embargo, la gran cantidad de huevos que la gallinita estaba incubando desde hacía días, impedía que los patitos pudieran estar cómodos bajo el regazo de mamá gallina. Así, que el granjero se vio obligado a retirar los huevos en bien de los recién llegados patitos. La prioridad del momento era la supervivencia de los pequeños.

Supermami les daba afecto y les enseñaba a buscar insectos. Era divertido observar como los patitos perseguían a las moscas antes de comérselas. La gallina también los protegía del resto de gallinas del corral para evitar que sufrieran pequeños ataques por falta de aceptación de los demás animalitos en un espacio común. Ellos siempre seguían a la gallina y la consideraban su mamá.

El granjero les colocó en el corral un recipiente grande con agua a modo de bañera para que los patitos pudieran nadar bajo la vigilancia de su mamá adoptiva. Comenzó, así,  para los patitos una época feliz. El granjero sonreía y se considera afortunado por presenciar tanta felicidad. De algún modo, eso a él le alentaba y le hacia sentirse más vivo.

-Gracias, gallinita, por ser tan buena mamá -solía decirle el granjero.

Los patitos crecían felices y sanos. Eran inquietos y tenían a su mamá gallina un tanto agotada pues la tarea de vigilarlos consumía sus energías pero ella más que como un sacrificio lo vivía como una bendición. Era evidente, pues cuando los patitos estaban cerca de ella, ella estaba inflada, satisfecha, orgullosa de ellos y de tenerlos a su cargo. 

Supermami era una mamá muy responsable y valiente. Un día que el granjero decidió construir un corral de madera más grande para que los pequeños patitos dispusieran de más espacio para corretear, el granjero tuvo que colocar a los patitos junto a las otras gallinas, mientras él limpiaba y adecuaba el nuevo espacio. Eso provocó que las otras gallinas picaran a los patitos. Supermami los defendió como pudo, pero, lo cierto, es que ella por tratar de defender a su prole adoptiva, recibió algunos picotazos del resto de las gallinas, que se habían unido en grupo contra Supermami. Como pudo, ella aguantó el ataque pero fue más lista que todas ellas. Supermami se repuso enseguida de los picotazos que sus compañeras de corral le acababan de propinar y esperó a que el resto de las gallinas se separaran. Cuando lo hicieron, Supermami les propinó un picotazo una por una. Separadas ya no eran tan fuertes ni socarronas. Supermami lo sabía y al darles un escarmiento cara a cara, de forma individual, consiguió acobardarlas y que entendieran que ellas debían respetar a los patitos. Supermami se convirtió en un ejemplo de mamá valiente e inteligente.

-Albergas grandeza y una gran inteligencia emocional en tu interior -le dijo el granjero a la gallina Supermami.  
 

El granjero también permitió a Supermami que saliera del corral con los patitos a disfrutar del gran jardín que rodeaba la granja. En condiciones normales y teniendo en cuenta que Supermami llevaba encerrada muchos días, quizás ella al verse en libertad en el jardín, habría tratado de volar. Pero nunca lo hizo por no separarse ni un instante de sus patitos, que seguían siendo tan pequeños que aún no volaban. Los patitos iban por todo el jardín y se agachaban para toquetear con el pico todo cuanto se les antojaba. Pero Supermami les enseñaba a seleccionar y a llevarse a la boca solamente lo que era comida. Siempre seguían a su mamá gallina y todos formaban una familia muy unida, llena de amor y de vida.   


-Tú eres la dueña del jardín -le dijo el granjero a la gallinita mamá- Tú eres el hada de mi jardín.  Supermami, ¿eres una hada disfrazada?


A veces los encantadores patitos daban cariñosos picotazos en la cresta de Supermami. Les sorprendía esa cresta roja que les parecía un corona en lo alto de la cabecita de su mamá adoptiva. Ella soportaba esos picotazos con resignación y abnegación y cuando no podía más, levantaba la cabeza para que los patitos no llegaran a tocarle la cresta.   


Supermami era una gallinita preciosa, llena de luz, que cuidaba de los patitos con la devoción que sólo una madre conoce. Por la noche, todos los patitos querían dormir bajo las alas de Supermami. Eso resultó posible cuando los patitos sólo contaban unos días de vida pero conforme iban creciendo -y crecían rápido pues el granjero se aseguró de dejarles mucho alimento en el corral-, todos ya no cabían bajo las alas de Supermami. Era divertido observar cuando por la noche todos los patitos trataban de conseguir estar bajo el ala de Supermami, pero no podía ser y la mayoría de ellos tenía que contentarse con estar a su alrededor, dándose calor unos a otros. Nada más despuntar el sol, los patitos despertaban y ya estaban en acción. Supermami siempre emitía un cacareo particular para indicar su posición a los patitos. De este modo, ella procuraba que ellos estuvieran cerca de ella y si cuando los llamaba, ellos no acudían, entonces ella iba a buscarlos. Era una mamá atenta y paciente. 




Cuando Supermami encontraba alguna lombriz o babosa, emitía un cacareo para que los patitos se acercaran a ella y ella les daba la lombriz. Para los patitos, las lombrices y las babosas constituían un delicioso manjar.

Supermami por las noches se sentía cansada pero feliz y satisfecha con su labor maternal. El granjero también estaba contento al comprobar que esos patitos habían encontrado en Supermami la madre que tanto necesitaban.            
            
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