domingo, 8 de mayo de 2016

Un alto en el camino de las hadas



Tras la publicación de mis textos de hadas en Dusty Wings, publicación ilustrada por los dibujos de ensueño de la diseñadora gráfica Andrea Obregón Mantecón, hago un alto en el camino de las hadas. Mientras tanto, os dejo con mi cuento El príncipe del bosque.

 En el siguiente enlace tenéis el audio de mi cuento:


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El príncipe del bosque

Érase una vez un príncipe que harto de la vida tediosa, fácil y fastuosa de palacio, quiso experimentar el otro lado de la balanza. Así que partió para vivir solo en el campo. Con sus propias manos construyó una casa en un claro en el bosque y empezó con su nueva vida fresca, sencilla y humilde. El príncipe adoraba despertarse con el canto melodioso de los pájaros, con la caricia de los rayos del alba y con el olor a tierra fresca que embriaga el bosque en las primeras horas de la mañana. Esas sensaciones lo conectaban con la protección del regazo de la madre tierra, la cual amparaba a su hijo a través de la belleza que irradiaba la naturaleza que el príncipe tenía el honor de presenciar en cada instante.  
      
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-Me siento el rey del bosque- murmuraba el príncipe, mientras sonreía para sus adentros. 

El príncipe se sentía tan en paz consigo mismo y con el entorno natural y mágico que lo rodeaba que él, a veces, al atardecer parecía escuchar el latido que provenía del corazón la brisa, mientras ésta jugaba con los cabellos del monarca.  
 
Cuando finalizó la construcción de su casa en la naturaleza, el príncipe sembró la tierra y con esfuerzo y sudor, empezó a cosechar sus frutos.  
 
Un día, se acercó a la casa del príncipe un antiguo sirviente del éste y él lo acogió en su hogar de olor a madera joven. El sirviente construyó en él un horno de piedra y de leña para cocinar pan y otros víveres que luego vendía en el mercado junto a los frutos que daba la tierra de cultivo. Ambos trabajaban duro y su recompensa era la paz que sentían en su corazón y la ligereza y la liviandad con que experimentaban el ser tan lejos ahora de los entresijos, de las murmuraciones y de la algarabía de palacio.    
 
El sirviente también construyó un pequeño granero junto a la casa. A veces notaba que pequeñas cantidades de grano desaparecían pero eran tan insignificantes que se olvidó del asunto.    
 
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El príncipe y su sirviente, ahora amigo, acababan tan cansados al llegar la noche que no notaban la presencia de unos discretos y minúsculos seres que durante la noche colaboraban en las tareas de limpieza del hogar y también correteaban y jugaban en el jardín de la casa.  Un día el príncipe no podía dormir y los descubrió y vio como varias alas y piernecitas se marchaban revoloteando a gran velocidad y con nerviosismo para esconderse en el reducido espacio entre las cortinas y los cristales de las ventanas en un movimiento en zigzag que no parecía propio de los insectos. Sin embargo, el príncipe no le dio importancia.    
 
Al despertarse, en la casa del bosque del príncipe se recibió un mensaje del pregonero del reino anunciando el bautizo del sobrino del príncipe. No podía faltar. Así que el príncipe y su sirviente asistieron al evento con gran ilusión. Fueron recibidos en palacio con pompa y honores y, acto seguido, pudieron conocer a la encantadora criatura protagonista de la fiesta.    
 
El príncipe y su sirviente se quedaron a solas con el bebé, mientras éste sonreía, pero era una sonrisa especial. Entonces ambos se dieron cuenta de que el niñito no les sonreía a ellos sino a los seres de luz que había tras ellos: hadas, duendes y elfos que no habían podido resistir la tentación que deleitarse con la presencia del niño y jugar con él.  
 
El príncipe y su sirviente se retiraron silenciosamente para permitir tan tierna escena. Sin duda, ellos no habían acudido solos a la fiesta. Los habían seguido los seres de luz que cada noche bendecían con su presencia el hogar del príncipe.    
 
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-Ellos son los que se comen el grano que desaparece del granero –pensó el sirviente.  

-Ellos son los que limpian la cocina por las noches –pensó el príncipe.   

Pero ambos guardaron el secreto.
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Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases
Texto e ilustraciones inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual
Técnica ilustraciones: Acuarela

sábado, 7 de mayo de 2016

La energía de los duendes


La energía de los duendes es una energía simpática y traviesa pero que se siempre se esconde tras un buen corazón. Indepedientemente de cuál sea nuestra edad, con los duendes trabajamos la energía inherente a las edades más tempranas de un niño: la perplejidad, el asombro, la capacidad de maravilla, los fines inesperados, los sucesos nuevos y mágicos, la improvisación, la diversión, la ilusión, el juego, la experimentación. 

Imagen registrada*

Con la energía de los duendes aflora a nuestro mundo lo fácil, lo espontaneo, lo natural, la risa, la sorpresa y la aceptación o adaptación al instante, siempre que éste último no interfiera en el propósito del alma. Es como si los duendes nos conectaran con nuestro mago interior, ése malabarista que se oculta en nosotros y que nos enseña a lidiar con el ahora en sintonía con el ser, en coherencia con lo que hemos venido a hacer en esta existencia y, por supuesto, a conservar un as en la manga. Por lo tanto, los duendes van a enseñarnos a reflejarnos en nuestro espejo para clarificar lo que somos y descartar lo que no somos y, de este modo, encontrarnos a nosotros mismos y conocernos mejor, ser conscientes de nuestros límites para aprender a restarles importancia y, en cambio, identificar nuestro potencial para enfocarnos en él, desarrrollarlo, llevar a cabo nuestra misión y dejar de estar perdidos, aparentar lo que no somos. 

La energía de los duendes también está conectada con el agradecimiento ya que un niño es capaz de contemplarlo todo con una mirada fresca, libre de juicio o expectativa y, por tanto, con esta visión  renovada y pura valora, reconoce todo lo que se muestra ante sí como un regalo. Por tanto, no duda en tomarlo y distrutar de él. Los niños disfrutan de cada momento porque ellos se aman a si mismos y, por tanto, aman todo cuanto les rodea y en base a ese amor, a pesar de su corta existencia, saben por instinto que tienen el derecho natural a disfrutar de cuanto les ofrece la vida. Incluso lo más sencillo o simple, ellos pueden mirarlo con admiración o asombro, algo que no hacemos los adultos pues hemos perdido esa capacidad de sorprendernos o maravillarnos que si recuperáramos, nos convertiría en cada instante en personas nuevas,  frescas, libres, diferentes, sin condicionamientos, en total armonía con el ser. Además, los niños siempre están llenos de energía, se despiertan felices y activados, por tanto, los duendes en respuesta a esa misma energía (que yace dormida en los adultos pero que los duendes saben reconocer en nosotros) van a traernos cambios rápidos y sorpresas continuadas a nuestra vida (para despertar al niño que somos). Los duendes van a ser capaces de traer novedades a nuestra existencia, al igual que un niño concibe su vida no como una rutina sino como un juego en el que más que observar y quedarse al margen: participa, experimenta, expresa y toma cada ahora y lo disfruta, como si de la mayor de las sorpresas y bendiciones se tratara. Es como si los niños fueran capaces de vivirlo todo como si de un pequeño milagro se tratara, y, en eso, los duendes van a ser nuestros maestros. A veces, es como si los niños se embelesaran con aquello que consigue llamar su atención. Ese estado de embelesamiento es propio de un ser despierto que agradece de forma natural y que entra totalmente en contacto con el objeto de su atención. Esto le permite reconocer aspectos que a otros les pasan inadvertidos y ésa es una valiosa virtud en la que los duendes pueden convertirnos en doctos. 

 Imagen registrada*
Los duendes se acercan a los corazones honestos y puede también atraérselos dejandoles pequeñas ofrendas en un lugar habilitado para ellos en el hogar, por ejemplo, en un pequeña casita que les colocaremos para ellos o, si no, en algo tan simple como un objeto a modo de recipiente: un vasito, tinaja pequeña, bandeja, platito. Allí depositaremos pequeños manjares (que iremos cambiando) como semillas, frutitas, galletitas y dulces caseros. Les encanta que preparemos bizcochos o tortas caseras y que depositemos unos trocitos para ellos en su espacio reservado el cual es aconsejable tener junto a flores,  plantas y minerales ya que los duendes aman la naturaleza. Los duendes también valoran que guardemos el secreto de las pequeñas y sorprendentes muestras que nos irán dando de su presencia en nuestras vidas.  

Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual
Técnica ilustraciones: Pastel blando