sábado, 13 de octubre de 2012

Cuento del hijo del leñador



Érase una vez el hijo de un leñador que tras sus lecciones en la escuela, ayudaba a su padre apilando leña en el cobertizo para luego ser vendida. Sin embargo, su gran sueño era ser dibujante. Solía escaparse a las montañas a dibujar los animales que allí veía: corzos, cervatillos, cabras montesas y pájaros, entre otros. También le encantaba dibujar cada momento que impregnaba el espíritu de la naturaleza: la caída del agua de la cascada sobre el lecho del río, el despertar del amanecer o el majestuoso vuelo del águila, reinando en el cielo. El hijo del leñador adoraba la naturaleza. Tanto él como su padre eran respetuosos con el medio ambiente y, por eso, por cada árbol talado, ellos plantaban dos. Su padre siempre le explicaba que el ser humano debía obtener alimento y sustento de la naturaleza pero también debía comprometerse a cuidarla y a velar por su subsistencia.




-La naturaleza es nuestra madre y, por eso, debemos amarla y ella, a su vez, cuidará de nosotros –le decía siempre su padre.

Y, de hecho, la naturaleza siempre era la musa que inspiraba los dibujos del niño, que no paraba de reproducir la belleza y el silencio de los bosques en cada una de sus creaciones. 

En la escuela sus dibujos siempre eran bien acogidos y adornaban los pasillos del colegio. Un día el chico acompañó a su padre a casa de un cliente que les compraba leña cada invierno y éste observó como el niño dibujaba los árboles del entorno. Había tal grado de realidad en ese dibujo y transmitía tanta paz que el cliente le preguntó al padre el precio del dibujo. El padre se sorprendió y le dijo que se lo preguntara a su hijo. El niño regaló la lámina del dibujo al cliente.

Prosiguieron su viaje hacia la casa de otro cliente del leñador y, sorprendentemente, sucedió lo mismo. El niño estaba dibujando a unos venados que pacían en el bosque y este segundo cliente quedó tan impresionado que se ofreció a comprarle el dibujo. Esta vez, el niño se lo vendió a un precio razonable.

Cuando se marcharon, su padre le dijo:

-Tú vendes tus dibujos y yo vendo leña. Formamos un buen equipo-.



Cuando llegaron a la cabaña, el niño no solo siguió dibujando sino que pintaba sus dibujos con acuarelas con lo que consiguió dotar de mayor vida a sus imágenes a través de vivos colores. Junto a la leña que apilaba en el cobertizo, había una pared donde el niño colgaba sus pinturas para que se secaran. Un cliente de su padre se desplazó con su hija pequeña para comprar leña y cuando fue al cobertizo y vio la belleza y el equilibrio de los dibujos del hijo del leñador, su hija le pidió que se los comprara pues deseaba colgarlos en su habitación de juegos. El niño se los vendió y con el dinero que obtenía por sus dibujos y con la ayuda de su padre, montó un pequeño estudio de trabajo en la buhardilla de la cabaña. La parte trasera era de madera pero la delantera estaba presidida por un enorme ventanal de cristal transparente donde el niño contemplaba la profundidad del bosque.

Cuando llovía observaba como las gotas impactaban en el cristal y como se desplazaban lentamente hacia abajo hasta desaparecer. El niño imaginaba y dibujaba las gotas de lluvia como diminutas estrellas que se habían escapado del cielo y que se habían vuelto acuosas al desprenderse del firmamento y se disolvían al llegar a la tierra. En esos momentos el niño sentía que, en cierto modo, era el guardián de los bosques del planeta y el responsable de mostrarle su divinidad y perfección al mundo. Era tanta su perfección que en los bosques y en cada una de las ilustraciones del niño sólo podía vivirse en momento presente.


El niño se convirtió en un famoso dibujante que ilustraba no sólo cuadros y lienzos, sino cuentos infantiles y relatos por doquier. Adoraba su trabajo inspirador y, además, siguió ayudando a su padre e impulsó a otros dibujantes a darse a conocer. También fundó una organización para velar por el ecosistema siempre bajo la atenta mirada y apoyado por su padre, quien siempre fue su mentor y su ángel de la guarda. 

El texto y las ilustraciones, todos de mi autoría, están inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual. 

                                                                   

 

Cuento extraído de mi libro Cuentos de hadas y oraciones para la Madre Tierra publicado en Bubok