Las hadas te cantan al oído...
Recibes el don de la transmisión de un conocimiento oculto y sutil que requiere de apertura y sensibilidad de corazón para su adquisión e integración.
Del corazón de las flores nace un espíritu efímero y salvaje, anclado en el ahora y que vuela, adaptándose increíblemente al momento en la dirección del viento que abraza tu alma.
La luz del sol incide sobre este corazón para acariciar su latido y reconfortar sus raíces. La humedad garantiza el sustento del tallo, y la densidad de la tierra, su enclave o posicionamiento.
Las flores asoman a la vida y sonríen con su belleza a la existencia que las toma bajo su manto cálido y amoroso, experimentando ellas su apertura al momento.
Existe una paz en la esencia de las flores que puede percibirse como una adaptación contínua al cambio y a la climatología desde la aceptación y la flexibilidad a lo que es. Ese espíritu natural, libre de obstáculos y condicionamientos mentales, se extiende libre e inocente en su reino del ser sin importarle como será el siguiente instante pues tan sólo es ahora. Sabe que la naturaleza provee sus necesidades y que respirar o desprender oxígeno tras cada alba es una bendición que se manifiesta espontáneamente en cada instante: una bendición llamada la dicha de ser. Esta dicha es por sí misma, es porque sí porque no precisa de nada externo para alentarla, aunque si eso llega, resulta bienvenido.
El instante pasa y el espíritu de las flores, al quedar libre de cualquier condicionamiento, pasa a través del instante con la ligereza de una avecilla que recién ha aprendido a batir sus alas y es libre desde su primer piar.
Las flores confían en que la profundidad del valle cuidará de ellas y que la lluvia y el sol constituirán su fuente de abastecimiento. Sus cortas vidas suponen un continuo cambio de paisaje, es un fluir sin caminar, un devenir donde la naturaleza corre libre, ejerciendo su rol en la magneficiencia de la obra divina.