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-Me siento el rey del bosque- murmuraba el príncipe, mientras sonreía para sus adentros.
El príncipe se sentía tan en paz consigo mismo y con el entorno natural y mágico que lo rodeaba que él, a veces, al atardecer parecía escuchar el latido que provenía del corazón la brisa, mientras ésta jugaba con los cabellos del monarca.
Cuando finalizó la construcción de la cabaña, el príncipe sembró la tierra y con esfuerzo y sudor, empezó a cosechar sus frutos.
Un día, se acercó a la cabaña un antiguo sirviente del príncipe y éste lo acogió en su hogar con olor a madera joven. El sirviente construyó en él un horno de piedra y de leña para cocinar pan y otros víveres que luego vendía en el mercado junto a los frutos que daba la tierra de cultivo. Ambos trabajaban duro y su recompensa era la paz que sentían en su corazón y la ligereza y la liviandad con que experimentaban el ser tan lejos ahora de los entresijos, de las murmuraciones y de la algarabía de palacio.
El sirviente también construyó un pequeño granero junto a la cabaña. A veces notaba que pequeñas cantidades de grano desaparecían pero eran tan insignificantes que se olvidó del asunto.
El príncipe y su sirviente, ahora amigo, acababan tan cansados al llegar la noche que no notaban la presencia de unos discretos y minúsculos seres que durante la noche colaboraban en las tareas de limpieza del hogar. Un día el príncipe no podía dormir y los descubrió y vio como varias alas se marchaban revoloteando a gran velocidad y con nerviosismo para esconderse en el reducido espacio entre las cortinas y los cristales de las ventanas en un movimiento en zigzag que no parecía propio de los insectos. Sin embargo, el príncipe no le dio importancia.
Al despertarse, en la cabaña se recibió un mensaje del pregonero del reino anunciando el bautizo del sobrino del príncipe. No podía faltar. Así que el príncipe y su sirviente asistieron al evento con gran ilusión. Fueron recibidos en palacio con pompa y honores y, acto seguido, pudieron conocer a la encantadora criatura protagonista de la fiesta.
El príncipe y su sirviente se quedaron a solas con el bebé, mientras éste sonreía, pero era una sonrisa especial. Entonces ambos se dieron cuenta de que el niñito no les sonreía a ellos sino a los seres de luz que había tras ellos: hadas, duendes y elfos que no habían podido resistir la tentación que deleitarse con la presencia del niño y jugar con él.
El príncipe y su sirviente se retiraron silenciosamente para permitir tan tierna escena. Sin duda, ellos no habían acudido solos a la fiesta. Los habían seguido los seres de luz que cada noche bendecían con su presencia el hogar del príncipe.
-Ellos son los que se comen el grano que desaparece del granero –pensó el sirviente.
-Ellos son los que limpian la cocina por las noches –pensó el príncipe.
Pero ambos guardaron el secreto.