viernes, 23 de septiembre de 2011

Cuento del cuerpecito y del alma de La Tierra


Escucha el audio del cuento con mi voz:

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Érase una vez un hada que sintió a su ángel tan cerca que podía percibir como su luz angélica se filtraba en su alma hadada hasta fundirse sus almas en una sola.

Esa nueva alma miró hacia un planeta azul, tan hermoso, que se enamoró del equil
ibrio del elemento tierra y del elemento agua. De tal modo que esa alma se convirtió en cuerpo humano para poder sentir la sensación de caminar sobre la belleza que el aura de ese planeta desprendía en el Universo.

Ese cuerpo humano se maravilló ante el suave sonido de la brisa y de la melodía del canto de los pájaros. También saboreó el agua fresca y se reflejó en su espejo de transparencia. Se recreó con el olor a tierra mojada y con el danzar del viento de alma libre y ligera. El alma de la naturaleza enterneció a ese cuerpo humano y éste deseó con todo su corazón que aquella magia y aquel milagro natural nu
nca desapareciera. Pero lloró cuando se dio cuenta de que no era así pues esa belleza estaba siendo mutilada.

Ese cuerpecito herido escapó hacia lo alto de una montaña oculta a los ojos del mundo y se entregó al Universo para pedirle una vibración que sanara el planeta y que lo sanara a él pues el sufrimiento estaba arraigado profundamente. Y el Universo le mandó una vibración que le permitiera hablar con el alma de la Tierra. Pudo verla tiritando de miedo.

En su conversación le contó que el alma de la Tierra ha venido a reinar sobre sus parajes naturales y a guiar nuestros pasos y sostenernos con la ternura y el amparo de una madre amorosa. Sin embargo, ella no ha recibido el mismo trato. El cuerpecito sintió el dolor de las entrañas de la Madre Tierra y el vacío de su vientre dolorido. Él le dijo que era su hijo terrestre y que le transmitía su amor de hijo y, juntos, madre e hijo, lloraron por el dolor que luego dejaron atrás en cada meditación para reparar la luz de sus almas. Finalmente, apareció un vínculo de fortaleza entre ambos que los elevó a la plenitud del ser, ese ser que deseaba brillar con la intensidad del sol central, en paz y en equilibrio con todo lo que existe. Madre e hijo convergieron hacia la vibración del infinito y del silencio.
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