Érase una vez una bruja buena que estaba preparando en su caldero una poción mágica que le había encargado un hada. Se trataba de una receta mágica, que una vez preparada, sería repartida por el hada desde el cielo en múltiples gotas para que cayeran sobre una región lejana con el propósito de que en aquel lugar no se derramaran lágrimas. De esta manera, el hada y la bruja buena cooperaban para expandir la alegría y que las sonrisas aparecieran de forma natural en los rostros de los habitantes de aquellos confines.
Así que una vez preparada aquella pócima, la bruja se la entregó al hada para que llevara a cabo su misión altruista y bondadosa. El hada repartió aquel líquido esparciéndolo en el cielo y las personas que lo recibieron abrazaron la felicidad y la armonía. El viento y la brisa ayudaron al hada para que cada una de las gotas no se malgastara y llegaran todas a su destino con suavidad.
Sin embargo, un brujo, que provenía del reino de la oscuridad, urdió un plan para activar el miedo en los corazones de aquellos habitantes, que ahora estaban radiantes gracias a la acción milagrosa de la receta mágica.
Nadie lo sabía, pero en aquellos momentos aquel malvado brujo estaba trabajando en una vibración maléfica para maldecir a los aldeanos y provocarles un estado de tristeza. El brujo sabía que el sonido incide en las emociones y él iba a crear una vibración de tal potencia que, en cuanto resonara, su enorme poder de expansión manifestara la preocupación en las caras de quienes la oyeran y acabaran transtornados.
-Ja, ja –reía el brujo-Soy un genio. Nada me vencerá. Quienes escuchen mi vibración, caerán rendidos a mis pies pues se sentirán hundidos y perdidos y, de este modo, no osarán contradecirme. Siempre me obedecerán.
Al amanecer, el brujo pronunció un sortilegio según el cual aquellos que despertaran por el fuerte estrépito y molesto ruido que iba a producir aquella vibración, quedarían para siempre encantados, espantados y atrapados eternamente en las órdenes del brujo.
La vibración sonó. La felicidad de los habitantes iba a desquebrajarse y desaparecer.
Lo que el brujo no pudo prever es que había tal cantidad de amor y de cariño en aquellas gotas que el hada había distribuido desde el firmamento, empujada por la candidez de su corazón y su honesta voluntad de ayudar, que ese mismo amor estaba esperando a la poderosa vibración del brujo. Fue el amor de cada una de las gotas repartidas en los corazones de los habitantes lo que transmutó cada onda expansiva de la vibración del brujo en puro amor incondicional. El amor fue más fuerte que el mal. Así que si hubo rastro de tristeza en los efectos expansivos de ese sonido, simplemente se disolvió y se abrió la puerta al amor.
Ese amor también tocó el corazón del brujo con tal ímpetu que él se arrepintió y quiso llorar. Pero no pudo pues los efectos de la poción del caldero de la bruja, también le afectaron a él y, por vez primera, sonrió. El brujo fue perdonado y desde entonces él creó vibraciones llenas de luz.
Lo que el brujo no pudo prever es que había tal cantidad de amor y de cariño en aquellas gotas que el hada había distribuido desde el firmamento, empujada por la candidez de su corazón y su honesta voluntad de ayudar, que ese mismo amor estaba esperando a la poderosa vibración del brujo. Fue el amor de cada una de las gotas repartidas en los corazones de los habitantes lo que transmutó cada onda expansiva de la vibración del brujo en puro amor incondicional. El amor fue más fuerte que el mal. Así que si hubo rastro de tristeza en los efectos expansivos de ese sonido, simplemente se disolvió y se abrió la puerta al amor.
Ese amor también tocó el corazón del brujo con tal ímpetu que él se arrepintió y quiso llorar. Pero no pudo pues los efectos de la poción del caldero de la bruja, también le afectaron a él y, por vez primera, sonrió. El brujo fue perdonado y desde entonces él creó vibraciones llenas de luz.