Érase una vez una flor que todavía era una semillita.
-¿Cómo serán las cosas cuando pueda asomar mi cabecita al exterior?- se preguntaba.
Si ella tenía algo muy claro era su firme propósito sería pensar siempre en positivo. Así que pasara lo que pasara, ella se propuso emplear su existencia en ser feliz y en crearse una vida dichosa. Lo más importante en su vida era sentirse bien y potenciar su belleza interior. Para ella cuidar su interior significaba escudriñarse, conocerse bien y ser consciente de las propias posibilidades y para conseguirlo, ella iba a destinar su existencia en ello. Por esta razón, no iba a dejarse amedrentar por los obstáculos a quienes reconocería como retos y desafíos que la ayudarían a ser mejor cada día y a ampliar su visión de la vida.
-¡Cuánto deseo crecer y emanar un profundo y penetrante aroma!- exclamaba cada día- ¿Y quien sabe hasta quién puede llegar ese aroma? – suspiraba la flor...
Hasta que llegó el momento en que se sintió brotar, germinar, florecer y lo primero que agradeció fue ver la luz del sol y sentir su calidez pues ésta le estaba dando esa vida que tanto había estado deseando desde el principio. Vivió la experiencia de su contacto con el exterior como un milagro. Percibía el suave tacto de las gotas de rocío, de la frescura de la brisa y escuchaba el zumbido y el revolotear de los insectos a su alrededor. Fue en ese preciso instante cuando se dio cuenta de que en los momentos difíciles precisamente lo que le daría fuerzas sería rememorar estas sublimes sensaciones que estaba experimentando en ese preciso instante…. Estaba rodeada de tanta belleza…
En ese momento concreto decidió que su existencia estaría presidida por una onda expansiva de optimismo y de pensamiento positivo en constante ebullición que la acompañaría allá donde estuvieran ella y sus pensamientos. El poder de esa onda era tan fuerte que era capaz de generar cambios en el mundo exterior y pasara lo que pasara, ella siempre se sentiría protegida por las vibraciones que generaba esa enorme onda expansiva que nacía de su mente y se proyectaba al exterior.
Esa onda era enorme y lo abarcaba todo. Podía extenderse incluso más allá del planeta y lo mejor de todo es que recogía la vitalidad y el poder de transformación de allá donde se propagara y lo retornaba al pensamiento originario de donde surgió, o sea, al de nuestra flor, la misma que iba a conseguir lo que se propusiera. Así que se preguntó: ¿Cuál es mi mejor sueño? Formar parte de un ramo muy especial… ¿pero cómo? ¿Y cuál?
Pero, ¿cómo llegaría nuestra flor hasta él, cómo lograría que se fijaran en ella? Era tan pequeñita, apenas había acabado de brotar…Pero ella iba a creer más que nunca en la grandeza de sus pensamientos…
Así que, con más fuerza y fe que nunca, se imaginó a sí misma montada en esa espiral de positivismo, esa onda que era tan potente y vibrante que llegaría a tocar el corazón de alguien que la acercara a sus objetivos.
De momento, se concentró con fervor en su deseo. Su sueño crecía a medida que ella al mismo tiempo también lo hacía y se convertía en una linda flor de vistosos colores.
-¡Ay! –se quejó la flor.
La rueda de un carruaje casi la aplasta, si no llega a ser por la ráfaga de viento que la ayudó a esquivarla. Pero la jovencita, que viajaba en el carruaje, oyó el lamento de la florecita y ordenó que se detuviera. Se apeó y vio a la florecita asustada y turbada. La dama le pidió perdón.
-¿Qué puedo hacer para repararlo, hermosa flor, cómo puedo compensarte por el dolor que te he causado sin querer?
-Llévame contigo –le pidió la florecita- y ayúdame a cumplir mi sueño: formar parte de un ramo muy especial…
-Umm, creo que puedo hacer algo al respecto –le dijo ella y la recogió, arrancando con suavidad su raíz y envolviéndola en un paño húmedo, para llevársela consigo.
Cuando el carruaje llegó a su destino, la flor se sorprendió porque: ¡estaba en el palacio real!
-Yo soy la princesa- le dijo la joven –y me encantaría que formaras parte de mi ramo de bodas. Me caso con el príncipe mañana. ¡La florecita no se lo podía creer!
-Eso significa que mañana viviré mi sueño –le dijo la flor a la princesa.
-Y yo el mío –le respondió, ilusionada, la princesa.
La princesa era una gran amante de las flores que solía cultivar en los jardines e invernaderos de palacio. No en vano su título era el de la Princesa de las Flores.
El palacio real parecía un lugar mágico donde los rayos de luz embellecían y acariciaban cada rincón.
Los cristales filtraban la luz en varios colores que iluminaban el interior con los tonos del arco iris. Por noche el cielo estrellado se reflejaba en las ventanas, que parecían invitar a las estrellas a entrar. Era como si el palacio se convirtiera en una bóveda celeste que otorgaba un sentido de serenidad y de particular encanto a las noches en ese lugar. La flor se sintió fascinada por ese hermoso entorno. Además, en esa noche precedente a la boda de la princesa, nuestra flor se sintió plena y en total armonía consigo misma, como si hubiera encontrado su camino, su luz. En ese momento, supo que ella siempre había estado predestinada a formar parte del ramo de la princesa. Sin embargo, los sueños siempre se pueden mejorar…
Y llegó el gran día. El día de la boda de la princesa con el príncipe. La princesa con su vestido de novia estaba tan bella que parecía un hada y le confesó a la flor que se casaba totalmente enamorada de su príncipe. Su mirada brillaba tanto que parecía que las estrellas se hubieran escondido en ella. En su corazón brotaba un manantial de felicidad que le hizo sentir a flor de piel la magia del momento presente. Por tanto, se dispuso a vivir su sueño. Cogió con cuidado a la flor para no dañar su raíz y la colocó en el ramo. Estaban las dos tan radiantes y pletóricas que nunca se supo cuál de ellas se estaba sintiendo mejor…
La ceremonia fue maravillosa y se ajustó perfectamente a la plena manifestación del sueño que las dos habían imaginado.
El monarca le dijo a la princesa durante el festejo, que el regalo que él le hacía era que a partir de ese momento ella se convertiría en la Reina de las Flores, pues se había ganado esa alta distinción debido a su creciente sensibilidad hacía ellas. También le dijo que si algo tenía en común la Reina de las Flores con sus amigas las flores era que eran seres que irradiaban belleza.
Tras la ceremonia, la Reina tomó a la flor en sus brazos y deseó de veras que ambas siguieran estando juntas pues había algo especial que las conectaba, como una dulce energía que las unía de forma natural. Así que, sacándola con cuidado del ramo de boda, la Reina la plantó en los jardines de palacio para que la flor siguiera floreciendo allí cada primavera y también pudiera seguir floreciendo y formando parte siempre de su vida y de su corazón, ese corazón que además siempre estaría enamorado del monarca que la elevó a la corte del reino con el título de Reina de las Flores. Y así fue como el sueño de nuestra flor mejoró de forma sublime porque no sólo logró integrarse en ese ramo, sino que la flor al pertenecer después a los jardines reales, conoció a los hijos del matrimonio y el resto de su existencia transcurrió en ese palacio que le cambió la vida y la hacía sentir tan a gusto consigo misma…
Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases
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