Érase una vez una araña que vivía en su tela en el bosque. La araña amaba la frondosidad de la vegetación del bosque y se sentía dichosa por vivir en él. A la araña le encantaba ver como el rocío se posaba sobre su tela por la mañana y como los rayos del sol del amanecer atravesaban su tela y la convertían en un arco iris de colores.
La belleza de la luz fascinaba a la araña y eso era lo primero que agradecía la araña cada mañana al despertar al alba. Un día, cerca de su hogar, se instaló otra araña, que tenía dificultades a la hora de tejer su tela de araña. Por eso, nuestra protagonista se le acercó y le preguntó:
-¿Puedo ayudarte a construir tu tela de araña? Yo vivo en una preciosa, justamente aquella de al lado y me ha quedado preciosa. Puedo ayudarte a que la tuya sea igual-.
La otra araña accedió encantada y le agradeció de corazón su ayuda pues gracias a ella, la otra araña tenía desde entonces una tela de araña bonita y bien construida donde vivir.
Nuestra servicial araña bajó al suelo, donde caminó unos pasos para sentir sus pies en la tierra y aspirar el olor a tierra húmeda. Sin embargo, tras haber caminado algunos pasos, un pájaro la acechaba para comérsela. Entonces, el pájaro le dijo a la araña:
-No voy a comerte porque he visto como ayudabas a la otra araña a tejer su tela y no hay que destruir a aquellos que ayudan, sinó a impulsarlos en su labor. Por tanto, dejaré que sigas tu camino.
-Gracias, pájaro- dijo la araña, cuando se sobrepuso del susto.
La araña sintió que había vuelto a nacer y que debía seguir consagrando su vida al canto al corazón y seguir sus impulsos. Por eso, ella siempre escuchaba a su corazón y procuraba prestar atención a su intuición. De este modo, nunca se sentía perdida sino más bien de acuerdo con su destino.
La araña siguió su camino y encontró unas flores tan hermosas que se detuvo a contemplar. Su fragancia era de ensueño y cautivó a la araña de inmediato.
-¡Qué flores tan bonitas y qué bien huelen! -exclamó la araña-. Estar con ellas me parece un sueño-.
-¡Hola araña! Soy el Hada de las Flores. Dime, si pudieras pedir un deseo, ¿qué pedirías?-.
-Mi deseo está en el ahora -dijo la araña- en cada ahora de mi vida. Por tanto, mi mayor deseo es el ahora y ya lo estoy satisficiendo viéndote a ti, preciosa hada, ¿qué más puedo desear? Verte es una bendición.
El hada se marchó halagada y sorprendida por la respuesta de este insecto encantador de cuyo corazón emanaban tan hermosas palabras.
La araña se despidió de las flores y se marchó a su tela de araña. Antes de llegar, la araña se encontró a un escarabajo pelotero que empujaba una bolita de tierra y como el escarabajo parecía cansado, la araña lo ayudó a hacer rodar la bolita. Finalmente, la araña siguió su camino hasta llegar a casa donde durmió plácidamente en su tela de araña.
Por la noche, soñó con la belleza del Hada de las Flores y de las flores que había contemplado el día anterior. En ese sueño, el Hada de las Flores le dijo que le concedía un deseo aún sin haber pretendido la araña que se hiciera realidad.
-Voy a premiarte por ser una araña tan generosa y cariñosa. Voy a concederte el deseo de que puedas vivir en las flores que ayer encontraste en tu camino y además voy a trasladaros al Reino de las Hadas para que las flores no sean perecederas y así puedas disfrutar de su fragancia y belleza todos los días de tu vida - le dijo el hada.
-No me lo puedo creer, querida hada -dijo la araña-. Te lo vuelvo a repetir, hada: verte es una bendición-.
Y fue así como la araña se fue a vivir al Reino de las Hadas y tejió su tela de araña sobre esas hermosas flores que para siempre iban a convertirse en su nuevo hogar.