Las hadas nos envían desde su reino encantado esta reflexión...
Arrojar luz es seguir y defender la verdad de cada uno con todas las consecuencias. Esta opción es tomada por aquellos que han perdido el miedo y que han adoptado el coraje y la determinación como llave para acceder a la verdad del alma.
Una persona que vive comprometida con su propósito, con lucidez mental y con desapego es capaz de arrojar luz sobre cuestiones que atañen a su existencia. Es alguien a quien no amedrentan ni condicionan los comentarios de los demás pues ha dejado de dejarse condicionar por la manipulación y la mentira ajenas.
Arrojar luz con sus actos hace que las personas sean dignas de respeto, de admiración pues viven su vida alineadas a la luz del alma y la potencian con cada uno de sus gestos y palabras.
Arrojar luz es no tener miedo a decir la verdad con respeto y a no dejarse asustar por la actuación de los demás, sinó más bien a utilizar los hechos llevados a cabo por otros para posicionarse en lo que nos ha enseñado el devenir existencial de cada uno, siendo sinceros y coherentes con nosotros mismos, y no dar la espalda al sufrimiento propio ni al ajeno, aceptando sin resignarse, expresando o evidenciando hechos que lastiman el corazón con los medios posibles a nuestro alcance., Aunque a veces tan sólo constituyan unas pocas palabras, unas palabras prudentes pero cargadas de verdad van a reportarnos más de lo que esperamos y van a ayudar a que el mundo sea un lugar mejor donde evolucionar con dignidad, armonía y respeto.
Arrojar luz es propio de personas sensibles, que han aprendido a hacerse valer, que han sufrido pero sin vengarse de sus tiranos, asimilando y entendiendo las lecciones del dolor y ampliando su capacidad de comprensión de tal manera que su capacidad de amar y de valorar la vida crece, lo cual las empuja a estar cada vez más presentes y a alcanzar un mayor nivel de conciencia y humanidad.
La comprensión nos hace más tolerantes y humildes lo cual aumenta nuestro nivel de coherencia interior, no permitiendo que las contradicciones y las dudas nos superen, volviéndonos más empáticos pero sin transigir en círculos viciosos emocionales, aprendiendo a decir que no sin culpabilidad, adquiriendo un mayor discernimiento e intuición y, por tanto, arrojar luz en cada paso del camino con la certeza de que alma y corazón laten al unísono.