Me siento un punto de luz enraizado en esta naturaleza que me ancla en la perfección de un sentimiento de libertad que, a su vez, me da alas para adentrarme en el alma y comprometerme a seguir mi verdad.
No sé adonde me llevará la senda del bosque pero su belleza me motiva a continuar caminando para descubrir el sentido de lo auténtico.
El silencio es mi compañero de viaje. Tan sólo me aparta momentáneamente de él, el trino de los pájaros. Si el silencio tuviera algún sonido, sería ése.
Mi intuición me susurra que los pájaros son ángeles disfrazados que alientan nuestro camino de luz en la Tierra.
Aquí es fácil conectar con la divinidad. Le pido a mis guías que alejen mis preocupaciones para que éstas no me impidan disfrutar de la claridad y la lucidez del ahora, pero me doy cuenta de que la que estoy haciendo el esfuerzo para conseguirlo soy yo y que mi fuerza de voluntad me está ayudando a perseverar en mi propósito.
Ahora me siento en conexión con el instante que aquí, en el corazón del bosque, se vuelve mágico y cambiante. Los rayos de sol vienen y van y yo me tumbo en el suelo, en un claroscuro donde el sonido del viento disipa mis dudas. El manto del sonido me reconforta, se funde con mi latido y me acaricia de forma fugaz pero tan como eficaz como para seguir presente.
Con las montañas por compañeras, me siento segura. El zumbido de una abeja me recuerda que estaba distraída. Regreso al instante. Existe grandeza en retornar al aquí y al ahora, en lugar de inquietarme por haberme escapado de la dimensión presente.
Desde este rincón secreto, les he ofrendado a mis guías pétalos de una rosa que me regaló mi marido. Estos pétalos vienen cargados de amor, que ojalá regrese a donde pertenece pues todo se va y todo regresa.
La altitud del valle me acerca a la presencia invisible de los seres de luz que custodian este paraje de ensueño. Percibo como me recargan con su energía vital y sin condiciones. Su mensaje es claro: la vida hay que sentirla sin condiciones, desde un amor sano, sin juicios, desde una conciencia neutral que nos ayuda a aceptar en una actitud de no resistencia pero sin adoptar una postura de servilismo pues uno nunca debe olvidarse de sí mismo.
Desarraigada, desasida, desapegada, desprendida. Así soy ahora pues ése se ha convertido en el techo de mi felicidad porque hace que el vuelo del ser resulte grácil, ligero y tremendamente libre y revelador. Conforme alcanzamos más altura en nuestro vuelo, más secretos nos revela el alma.
Le pido perdón a la Madre Tierra por haberla manchado con mis pensamientos negativos durante años y me comprometo a elevar mi vibración con la fuerza del pensamiento positivio y, así, potenciar mi vínculo con el planeta. Una piña que acaba de caer desde lo alto de la copa de un pino, me confirma que mi intención ha sido escuchada.
Uno de los secretos que me ha revelado mi vuelo de vida es que muchas personas no vienen a cambiar sinó a hacernos cambiar a nosotros y esto supone una gran bendición pues sin pretenderlo, nos impulsan a evolucionar, aunque a ellos les cueste mantenerse en una posición de parón espiritual o, quizás, simplemente se estén tomando una pausa, un respiro antes de despertar. A todos ellos les doy las gracias, los dejo atrás y sigo mi camino por el bosque.
Me detengo en lo que parece ser una madriguera e introduzco en ella dos cristales de cuarzo y una amatista para los duendes y los gnomos. Ellos me obsequian con un momento de paz tan profunda que cierro los ojos y entro en un estado de meditación sublime. Sin embargo, la mejor meditación es la que veo ahora con mis ojos abiertos y la que percibo con el corazón.
Descubro que el lenguaje del alma puede adquirir muchas formas pero que nace de la forma indiferenciada del silencio. El silencio se convierte en un amigo dócil cuando no se espera y, entonces, se mantiene con él un diálogo en el que no son necesarias las palabras, sino sólo la complicidad.
Sigo mi camino y me pierdo hasta que me encuentro a mí misma sana y salva.