Tocan las campanas en el pueblo
complacidas ante el renacer
del nuevo día,
que me bendice
con su caricia de luz
y me regala el silencio del amanecer.
El borboteo del agua del río
me amansa los sentidos
y me resuena en el ser.
La hierba se ha despojado
de las gotas de rocío,
se las sacude
y moja a las hadas,
que se van volando
antes de que la humedad
les empape las alas.
Y el río sigue ahí:
presente y eterno,
testigo ancestral de la dualidad del ahora.
Un pájaro baña con su trino
el río por la mañana,
mientras la belleza de su canto
enternece a los elfos y a los duendes,
ocultos a la vista humana.
Este paisaje quieto y sublime
invita a la meditación
y a la contemplación del alma que lo nutre.
Tener la dicha de estar aquí
es como un susurro de bendición y de cariño.
La melodía del río penetra en mi corazón
y me eleva hasta el canto de los ángeles.
Anclada en la tierra,
me siento en el cielo,
cuando las nubes se escapan
y los rayos del sol,
dóciles y tibios,
se funden con mi piel.
Observo a la divinidad
que mora en todo
y una sensación de alivio y liberación
se adueña de mí.
La perfección, que se halla ante mí,
viene vestida de naturalidad
y de una presencia callada
cuya voz silente
nació de constelaciones
que constituyen la atalaya
desde donde se avistan nuestros sueños.
Pero mi sueño está en el instante que respiro,
en las montañas que me abrazan,
en el alma gemela
junto a quien me despierto cada mañana.
En la intimidad del ser,
me hundo en mi espacio de paz
en el que ha entrado de puntillas
las sonoridad de la naturaleza.
La alfombra de la pradera
se extiende más allá de lo que puedo divisar.
Hay tanta vida dentro y fuera de ella
que me siento muy afortunada de atestiguar
en este momento
el ciclo continuo de la vida.
Las hormigas recogen su alimento,
las mariposas liban el néctar
y las lagartijas corren veloces,
cuando las sorprendo.
En la quietud reside el amor
que todos albergamos
y que queda al descubierto,
cuanto más perdonamos
y nos desprendemos de lo viejo.
Entonces, el ahora nos abre
a una dimensión de magia
cuya llave es el sentir
y su sabor se cuece
con especias suaves, sanas y equilibradas
en la cocina
pausada, consciente y en armonía
con cada minuto de la existencia.