Estoy en el pueblo donde vengo a meditar y a dejarme embelesar por la belleza del ahora que se presenta ante mi en este paisaje natural donde mis preocupaciones se esfuman. He abierto la reja de acceso al río y he invitado a venir conmigo a un perro de cara bondadosa que se ha cruzado conmigo. Él me ha seguido durante un trecho pero cuando me he sentado a escribir sobre la hierba, él ha preferido seguir su camino y se ha separado de mí.
Aquí siento sonreír a mis guías y me adentro en un estado de paz que me enseña a reverenciar el instante. Sin embargo, el verdadero mérito es aceptar el instante sin juzgarlo, aunque éste no sea de nuestro agrado. Apelar, entonces, a la quietud interior, aunque resulte difícil, ayuda a recordar que a pesar del terremoto emocional, sigues ahí, enraizada en tu equilibrio y tu fe.
Desde la alerta consciente, emergen lágrimas de tristeza por todo lo vivido lo cual hace que perciba que me estoy recreando en el papel de víctima, aunque también estoy sintiendo y mirando a una tristeza que había creído tener olvidada. La tomo en mis brazos emocionales y me responsabilizo de la situación. Responsabilizarse significa decir sí a lo que es o a lo que ha sido, asumirlo, aceptarlo sin sucumbir al juicio y seguir adelante, dando gracias por lo aprendido.
Me doy cuenta de que, mientras he estado llorando durante este breve espacio de tiempo, reviviendo mi dolor, me he perdido el sonido sublime del canto de los pájaros que rompen el silencio del paisaje para recordarme que siga aquí y ahora. Sumidos en nuestro sufrimiento, nos perdemos lo mejor.
Hace poco ha llovido durante unos minutos y las gotas de lluvia reposan sobre las briznas de hierba, confundiéndose con el rocío matinal.
El sol parece que hoy le cuesta brillar pues unas nubes traviesas están jugando a ocultar su luz, pero al final el sol les está ganando la batalla. Por eso estoy empezando a saborear su triunfo, sintiendo un calor reconfortante en mi espalda.
La vida me ha enseñado que la felicidad se basa en la libertad, la sencillez, la humildad y el contacto con la naturaleza, ese regalo divino que nos ofrece la Madre Tierra y que las hadas custodian con tanto celo y vocación. Debemos respetar al planeta Tierra y amarlo como a nosotros mismos. Una forma de tratar con cariño al planeta es saber cultivar buenos pensamientos pues éstos inciden sobre la energía terrestre y elevan su vibración a la vez que elevamos la nuestra y la de quines nos rodean.
El río sigue sonando… su sonido no cesa, impulsado por su fuerza eterna y abrazado por los árboles de la orilla. Los árboles lo abrazan, agradecidos de que el agua los alimente y les garantice su subsistencia. A pesar de que lo árboles están a cierta distancia del río, se hallan más cerca de lo que parece ya que sus raíces se orientan hacia el río y es como si lo tocaran.
Nuestras raíces también pueden acercarnos a lo que nos nutre y nos aporta, ellas saben sabiamente adonde dirigirse, si se lo permitimos. Cuanto más pretendemos complacer y más nos dejamos absorber por las exigencias y los cánones del exterior, menos conectamos con nuestras raíces interiores y vivimos la vida en desconexión con lo que realmente somos: seres de luz con alas de alma.
Me pasaría la existencia contemplando este río y no entiendo como su belleza y su perfección pueda pasar desapercibidas a los demás. Pero aquí reside precisamente el encanto de este lugar de cuento de hadas pues, de este modo, puedo disfrutarlo en recogimiento y en soledad, algo que ahora me pide el alma a gritos.
Hacía tanto tiempo que necesitaba detenerme y llevar una vida sencilla y tranquila de escucha interior que ahora la vida me parece un sueño del que sé que un día despertaré y me encontraré cara a cara con mi alma y le diré:
-Ahora no sólo puedo sentirte sino que puedo verte no contenida en cada cosa que he visto como hasta ahora sino que al fin te puedo contemplar tal como eres en esencia. Te veo y me veo a mí misma. Y sé que algún día de nuevo partiré a tu encuentro…