Las hadas nos enseñan que la paciencia es la llave maestra que nos enseña a saber reconocer el instante preciso en que debemos actuar para conseguir lo que nos corresponde. La paciencia nos pone en paz con el hecho de se deba esperar mucho o poco tiempo en conseguir nuestro propósito. La paciencia requiere de fe y de interiorización con uno mismo y de una firme convicción en las creencias que nos impulsan a aparentemente mantenernos pasivos pero que luego nos darán la fuerza de actuar con coraje y convencimiento. Actuaremos ni antes ni después, sino cuando llegue nuestro momento. La persona paciente no desespera porque sabe manejar el no saber y no deja que el miedo a la duda o la inseguridad condicione su vida, sino que integra la incertidumbre como un elemento necesario para valorar y actuar desde la seguridad y será precisamente ésta la que hará que tenga la sensatez y la eficacia de llevar a cabo las acciones necesarias cuando su momento se presente ante ella.
Una persona paciente:
- Sabe escuchar sin dejarse presionar o influir negativamente por los comentarios ajenos
- Sabe que en la vida hay momentos para todo y ha aprendido a aceptarlo
- Sabe escucharse a sí misma y tiene claras sus pretensiones
- Sabe escoger
- Suele permitir, por naturaleza no suele resistirse
- Es prudente, discreta, no hace habitualmente juicios de valor de crítica o de queja
- No busca destacar ni ocupar una posición de protagonismo
- Es humilde
- Es sabia y compasiva porque ha aprendido a comprender
- Está en paz consigo misma y con el instante
Las hadas nos transmiten que la paciencia es un don que nos conecta con la luz del alma, con esa sabiduría que hemos venido a desarrollar, la que nos permitirá reencontrarnos con nosotros mismos y que, cuando estamos preparados, compartiremos con los demás. Compartiremos cuando estamos preparados para hacerlo, no antes, cuando nos sentamos llenos y completos con nosotros mismos y desde nuestro centro y nuestra fortaleza interior, podamos ayudar a los demás. También es importante saber reconocer quién está preparado para recibir nuestros dones y nuestra ayuda pues en todos los procesos se da y se recibe. Por ello, todas las partes implicadas deben estar preparadas no sólo para recibir, sino para dar o aportar lo que toque para adquirir una mayor seguridad en nosotros mismos, desarrollar nuestro potencial y alcanzar un grado de madurez óptimo.
La impaciencia nos impide adoptar buenos criterios porque es como un velo en la mente que hace que actuemos de forma visceral o por impulso y que provoca que nuestras percepciones sean erróneas, demasiado rápidas o apresuradas. La impaciencia también hace que no escuchemos buenos consejos y que no seamos capaces de tomarnos el tiempo necesario para valorar otras posibilidades, es decir, la impaciencia nos encierra en una sola opción y nos hace correr a toda prisa. La impaciencia suele ir acompañada de angustia o de ansiedad.
Una persona impaciente no sabe esperar al momento adecuado y actúa a contracorriente para lograr el objetivo de su fijación mental.
Una persona impaciente:
- No es flexible
- Es intolerante
- No piensa mucho antes de actuar
- En lugar de dejar que las cosas vengan a ella siempre va a buscarlas
- No sabe escuchar
- Se deja dominar por sus pensamientos y, a veces, por las opiniones de los demás, aunque no le convengan
- Adopta la prisa como una forma de vida
- Le gusta hacer muchas cosas a la vez y cuando más rápido, mejor
- Es crítica con sus errores y con los de los demás
- Correr en la toma de decisiones le causará bloqueos en el futuro y hará que le cueste tomar decisiones acertadas.
La paciencia es una virtud que nos conecta con la sabiduría del alma, aquella que sabe reconocer y actuar en el momento preciso, no antes. La paciencia hace que sepamos adoptar una forma de pensar que acepta las cosas tal como son, cediendo (que no es lo mismo que rendirse) y teniendo fuerza, cuando no se puede hacer nada o bien adoptar la valentía necesaria para cambiarnos a nosotros mismos o a la situación.
A veces, es necesario ceder bien porque la vida nos muestra que nuestra percepción no es la idónea a la situación o bien para que aprendamos a seguir esperando a que llegue el instante de actuar desde una posición mental no de desesperación sino de de serenidad y neutralidad ante circunstancias que etiquetamos como adversas. Cuando renunciamos a influir en una situación, no forzamos y dejamos que todo sea, casi sin darnos cuenta y cuando menos lo esperamos, actúa la magia de la vida y abrimos un nuevo camino donde todo se transforma y queda todo colocado en el sitio que le corresponde.
Una persona paciente no es una persona pasiva que se resigna a su suerte sino una persona que está en paz con los procesos de la vida y con cada una de sus fases.
Paciencia puede ir unida a aceptación, prudencia y serenidad.
Los procesos inherentes a la evolución de la naturaleza y sus diferentes ciclos son un claro ejemplo de paciencia y de sabiduría.