Érase una vez un niño que compró en una feria de su aldea en las montañas una figura de un duende que sujetaba un espejo y otra figura de un duende que excavaba en el bosque. Las colocó en una estantería de su cabaña frente a una ventana que daba a un jardín donde la primavera cada vez lucía más hermosa ensalzada por un aroma a jazmín y rosas que embriagaba a quien lo visitaba.
El niño colocó la figura del duende que excavaba frente a la del duende que sujetaba el espejo de modo que su imagen se reflejaba en el espejo. Sin embargo, todo aquél que se reflejaba en el espejo durante un período prolongado de tiempo, era hechizado y daba la espalda a sus cualidades. De modo, que el duende olvidó su carácter bondadoso y, cuando el muchacho le pedía en silencio algún tipo de ayuda, el duende le desoía.
Un día, la madre del niño sacó el polvo de la estantería y cambió la posición de las figuras. Ella colocó la del duende que cavaba detrás de la del duende que sujetaba el espejo y entonces el duende despertó de su hechizo. Nada más abrirle los ojos a su corazón, el duende se dio cuenta de que había hecho oídos sordos a las peticiones del muchacho. Así que, a partir de ahora, lo escuchó atentamente.
El niño había perdido en un descuido una cadenita de oro que su mamá le había regalado y que solía llevar alrededor de su cuello. El niño se sentía culpable por haberla extraviado. Lo lamentaba por él y por su mamá.
Así que el duende por las noches se escapaba de la habitación e iba al bosque donde cavaba y cavaba sin descanso con el propósito de hallar el tesoro del niño.
Ese año su mamá le regaló por Navidad unas fotografías tomadas antes de la pérdida que ahora lo entristecía. En esas imágenes el niño aparecía con la cadenita alrededor de su cuello pues estaban tomadas precisamente el día que su madre le había regalado ese tesoro de tan alto valor sentimental. El niño se sintió emocionado y lejos de recriminar a su duende que no encontrara su tesoro, le agradeció que le hubiera hecho llegar esta entrañable imagen que tanto se lo recordaba.
Pasaron los años y el niño creció. Se trasladó a estudiar a una universidad lejos de su querida cabaña del bosque pero se llevó con él a los dos duendes para que le acompañaran y le siguieran recordando a su casita y a su adorable bosque.
El joven se graduó y se despertó feliz de haberlo conseguido. De pronto, el duende que sujetaba el espejo señaló un reflejo de luz en la misma dirección a la que apuntaba la pala del otro duende que excavaba. El rayo de luz apuntaba al exterior del jardín de la universidad El muchacho se levantó y miró en esa dirección a través del cristal de la ventana de su habitación. Allí había un señor que le hacía señas para que saliera. El muchacho salió y el señor le contó que venía a ofrecerle un empleo.
Con su primer sueldo, el joven le compró a su mamá un collar por su cumpleaños y cual fue su sorpresa que la joyería cerraba el negocio por jubilación del dueño, quien le ofreció gratuitamente una cadenita similar a la que el joven había perdido cuando era niño. El joven se dirigió a sus duendes y les dio las gracias.