sábado, 18 de diciembre de 2010

El mago, el conejito y la joven del laberinto



Érase una vez una hermosa joven que heredó un palacio abrazado por un bosque y un laberinto encantados. Un día la joven no pudo resistir la tentación de aventurarse a descubrir el entramado que escondía el laberinto del cual se decía que escondía valiosos secretos relativos a la espiritualidad y al sendero de la vida. Además, la joven hacía un tiempo que se hallaba perdida interiormente y consideró que penetrar en el laberinto podría ser un modo de desentramar su propia verdad interior.

Unas notas mágicas de música mística la guiaron sobre sus pasos en el laberinto hasta que encontró un lago y cayó en él. Pero no era un lago de agua, sino un lago de luz en el que sintió que se liberó de sus pesares y que una ola de paz la rodeaba por completo. En el silencio y la paz de la experiencia se sintió más presente que nunca, ligera y libre.

Un conejito se le acercó y le preguntó cómo había llegado hasta allí. La joven se lo explicó y juntos partieron a conocer al Mago de las Cavernas.

El Mago los esperaba envuelto en anillos de energía que los acariciaron y los acercaron a sí mismos.

La joven le contó al Mago que a veces se sentía perdida.

El Mago le respondió:

-Te sientes perdida porque deseas que las cosas encajen como a ti te gustaría. Sin embargo, todo encaja y sucede al ritmo del Universo, no al nuestro. Aceptarlo requiere sabiduría, tolerancia y paciencia. Sin embargo, la gran ventaja es que todo es pasajero, incluso lo que no nos gusta. Por tanto, ¿por qué preocuparse?

Después, el Mago invitó a la joven y al conejito a bañarse en luz de energía rosada de calma, confianza y amor y a disolverse en su vibración. Por primera vez, la joven experimentó su cuerpo de luz, integrante de una luz infinita, la luz del Universo. La joven se vio reflejada en el Mago, en el conejito y en todos y en todo cuanto la rodeaba. Entonces, la joven se sintió un elemento del mundo y no un elemento a parte del mundo. Esa sensación le produjo gozo y alegría.

En ese momento, el Mago le dijo:

-Deja que los demás se acurruquen en tu luz.

Y así fue como la joven le pidió al conejito que se fuera con ella al exterior del laberinto y viviera con ella en su palacio, corriendo juntos en el bosque que lo circundaba y abriéndose a cada instante y a los rayos del sol que cada amanecer los despertaba y que les recordaba el preciado regalo de la vida.

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