El manto de la vida
me cubre con amor
con el mismo celo
con que la bóveda celeste
protege a la noche
del acecho del sol.
De ese sol cuyos rayos
se cuelan juguetones
en el océano,
adormecido por el dulce vaivén
de las olas,
que acarician la superficie
y arrastran la luz
hacia las entrañas del mar
donde yace para siempre
en la infinitud del silencio,
seducido
por la belleza
de ese halo luminoso
con que le bendijo el cielo.
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