Me sumerjo en la paz que encierran mis emociones y me elevo con ellas hacia la luz serena de mi alma, hacia un paraíso similar al cielo donde las preocupaciones se escapan y donde me adentro en la belleza que se despliega ante los ojos del corazón, que sólo el poder de la magia puede ver.
Conecto con aquella esencia que sosiega los anhelos no cumplidos y que nos empapa de nosotros mismos en ese espacio interno impregnado de libertad y de nuestra perfección interior, tan sublime que nos extasía al palpar su existencia.
Destellos de ilusión corren en el universo de nuestra mente donde gotas de plenitud centellean sobre la superficie de nuestros pensamientos, deseosos de aflorar hacia el mundo, ansioso por lanzarlos en cada orilla de sus playas, en cada remanso de quietud, en cada rayo de su horizonte, como parte de un movimiento sosegado que exterioriza lo divino de cada uno de nosotros.
Te posas en lo más recóndito de mi ser y te mudas a la casa en ruinas de mis secretos ya olvidados, ahora en cenizas, pero tú los alumbras con tu fe y consigues que tomen cuerpo, que vuelen con tus alas y que se muevan con tanta dulzura que me acarician la piel con las palabras que los conforman.
Emanas la fuerza de los que creen en sí mismos y que se han labrado su propio camino de autenticidad e integridad.
Y desde lo más íntimo de mí misma, le digo al hada que todos llevamos dentro:
“Me regocijo en tus actos, en tus susurros y en cada sueño que complaces,
me recreo en la forma en que me enseñas a amar el momento presente
con tu magia
y esa calidez
que colma nuestra conciencia
de nuestro propio goce y deleite,
mientras nos sentimos fluir dulcemente
en las aguas
de nuestro lago
de calma emocional
y de apaciguamiento interno
de camino hacia lo mejor
de nosotros mismos.”