Las hadas y los ángeles me bendicen hoy con
la calidez de su luz. Su presencia ligera me transmite serenidad. No
presentan hoy una forma muy definida pero la percibo como un halo
ligero, puro, cristalino. Me noto llena de vida, cuando estos
seres andan cerca. Como si mi cuerpo y mis miedos resultaran sanados de
un plumazo. Qué liberación desprenderse del sufrimiento humano.
Hoy reboso dicha en todo mi ser. Esbozo una sonrisa
permanente. Aquí todo es frescura, gracia, belleza. Soy algo indefinible
más allá del cuerpo, más allá de todo lo que he aprendido en La Tierra.
Ahora entiendo porque los iluminados, los santos, los yoguis,
los eremitas renunciaron a todo en su vida humana con tal de
establecerse en esta dimensión perfecta, sublime, donde palabras como lo
divino o la magia se quedan cortas. ¿Cómo puedo describir lo que no
pueden darme los sentidos?

Las hadas me muestran la puerta pero una vez ahí
debo abrirla sola y seguir mi camino con la voz del interior, la voz sin
voz, el silencio con palabras. Todo parecen contradicciones pero debo
integrarlas y entonces me resultarán claras.
Siento en mi interior la frescura de las flores, la
magia de cada momento y puedo seguir así siempre, trascenciendo la
ilusión del tiempo y de la falsedad de los conceptos. Los rayos
luminosos, tornasolados pasan a través de mí, a través
de las hadas como si de espíritus se tratara. En comunión con el ahora,
tomo plena conciencia de lo ilusorio de las apariencias. Este estado de
elevación espiritual resulta natural para el alma que, cuando se
expande en lo que realmente es, vibra en armonía
con todo.
Las hadas me miran como si quisieran entrar dentro de mí. Noto su dulce y curiosa mirada en mi pecho. Me fundo con ellas en la plenitud de lo que soy, en la luz hadada de mi corazón, aquella que me acompaña desde niña.

Autora texto e ilustración: María Jesús Verdú Sacases
Técnica ilustraciones: Pastel
