sábado, 29 de febrero de 2020

Ángeles y hadas, hoy

Las hadas y los ángeles me bendicen hoy con la calidez de su luz. Su presencia ligera me transmite serenidad. No presentan hoy una forma muy definida pero la percibo como un halo ligero, puro, cristalino. Me noto llena de vida, cuando estos seres andan cerca. Como si mi cuerpo y mis miedos resultaran sanados de un plumazo. Qué liberación desprenderse del sufrimiento humano.

Hoy reboso dicha en todo mi ser. Esbozo una sonrisa permanente. Aquí todo es frescura, gracia, belleza. Soy algo indefinible más allá del cuerpo, más allá de todo lo que he aprendido en La Tierra. Ahora entiendo porque los iluminados, los santos, los yoguis, los eremitas renunciaron a todo en su vida humana con tal de establecerse en esta dimensión perfecta, sublime, donde palabras como lo divino o la magia se quedan cortas. ¿Cómo puedo describir lo que no pueden darme los sentidos?

Todo aparece y desaparece en el teatro de la vida pero hay algo, un principio sin forma, que reside en todo pero que, sin embargo, permanece inafectado, que lo presencia todo, desde siempre, de manera imparcial. Eso soy. Hadas y ángeles me lo recuerdan y para ello hacen llegar a mí la verdad de algunos maestros que lograron en vida ese estado de gozo más allá de las palabras.

Las hadas me muestran la puerta pero una vez ahí debo abrirla sola y seguir mi camino con la voz del interior, la voz sin voz, el silencio con palabras. Todo parecen contradicciones pero debo integrarlas y entonces me resultarán claras.  
Siento en mi interior la frescura de las flores, la magia de cada momento y puedo seguir así siempre, trascenciendo la ilusión del tiempo y de la falsedad de los conceptos. Los rayos luminosos, tornasolados pasan a través de mí, a través de las hadas como si de espíritus se tratara. En comunión con el ahora, tomo plena conciencia de lo ilusorio de las apariencias. Este estado de elevación espiritual resulta natural para el alma que, cuando se expande en lo que realmente es, vibra en armonía con todo. 


Las hadas me miran como si quisieran entrar dentro de mí. Noto su dulce y curiosa mirada en mi pecho. Me fundo con ellas en la plenitud de lo que soy, en la luz hadada de mi corazón, aquella que me acompaña desde niña. 
 
Cuando era niña, podía ver a las hadas con mayor facilidad que en la edad adulta sobre todo cuando estaba en contacto con la naturaleza. Los majestuosos valles y sus ríos y lagos se convirtieron en testigos de mi niñez. Ahora recuerdo con nostalgia mi vinculo de aquellos días con la madre naturaleza. La paz del bosque se convirtió en mi más fiel aliada. Por aquel entonces yo no conocía el miedo y caminaba libre y alegre en las montañas bajo la atenta mirada de mis abuelos. Los echo tanto de menos... ellos me enseñaron a amar a las montañas. Me explicaron cómo diferenciar los cantos de los pájaros, los diferentes tipos de frutas silvestres y de plantas medicinales. También me hablaban de las hadas, elfos, duendes y gnomos que vivían en el bosque y que conocían el lenguaje de los animales. Los cuentos de hadas constituyeron parte importante de mi infancia pero en ellos había una realidad oculta que yo iría descubriendo con el tiempo en las posteriores fases de mi crecimiento. Siempre tuve una sensibilidad especial aunque eso te convierte en más vulnerable al dolor.

 


Autora texto e ilustración: María Jesús Verdú Sacases
Técnica ilustraciones: Pastel
Licencia de Creative Commons