Del momento surge un espacio para estar y ser y tú lo presides por medio de la atención. Tu primera sensación es de infinitud y paz. Sonríes como una chiquilla feliz y despreocupada que sabe que su mamá es la vida y que siempre cuidará de ella. Te has despojado de todo lo accesorio para quedarte desnuda, al descubierto. Cayeron las etiquetas y máscaras como lastres que en su caída abrieron la puerta de tu libertad emocional. Un jardín interior de ligereza y de plenitud brota de tu corazón como agua que mana cristalina para limpiarte por dentro. Irradias transparencia, vacío, luz y eso se refleja en tu mirada llena de estrellas y sonrisas.
Caminas sin prisa para sentir a fondo el instante y besarlo con el amor con que se besa a un hijo. Profesas afecto al ahora, rindiéndote, renunciando, entregándoselo todo y quedándote sin nada. Vaciándote has acabado encontrando tu luz, lo que en realidad eres.
Has dejado de pedir y te ha llegado todo. Has hallado un sentido de magia en la existencia, inherente al ser, que te cautiva y te muestra la naturalidad con que todo acontece, sin forzar, sin maquillar.
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La vida se abre ante ti como un capullo que se transforma en una hermosa flor y que florece en todo su esplendor, receptiva al sol y a lo que el momento le brinda.
Confía que su camino está guiado por una fuerza invisible pero que palpita en su corazón y que le proveerá de todo lo necesario. La flor agradece la lluvia fresca, el rayo de sol reconfortante, la suave brisa que la balancea y los nutrientes de la tierra. La flor ha germinado de la semilla que se gestó en el vientre de la madre tierra y que le ha otorgado el milagro del crecimiento.
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La madre naturaleza es creadora y engendradora de vida vegetal. Tambien proporciona el hábitat para los reinos animal y humano. Ella nos acoge sin enjuiciar y a ella le debemos nuestra subsistencia. Un don de la naturaleza es que nos ancla fuertemente en el presente, nos tranquiliza al entrar en contacto con sus bosques y aguas y si vivimos en compromiso y estrecho contacto con ella, nos libera de las manchas de la mente. La naturaleza nos adentra en el alma, nos invita a interiorizarnos y a escuchar los latidos del corazón y las palabras silenciosas que la intuición pronuncia.
Como una enfermedad que el cuerpo cura por sí mismo, la dimensión presente sana todo lo que nubló nuestra visión en el pasado. Los grillos y cigarras no cesan de cantar como ruido de fondo que proviene de los claros del bosque. Ese sonido te recuerda al que había en los campos en verano, cuando eras niña, pero ahora esa niña está despierta y junto al canto de estos insectos, ella canta su propia melodía y le grita al presente, cuánto ama la canción que está cantando en este momento.
Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases
Texto e ilustraciones inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual
Técnica ilustraciones: Pastel