sábado, 12 de mayo de 2012

El hada y los animales alados


 
Érase una vez un hada-humana que estaba aprendiendo a escucharse a sí misma y a perdonarse porque su existencia no había tomado el rumbo que ella hubiera deseado. No encontraba su brújula. De hecho, en este momento, se sentía tan vacía y desorientada que había perdido el timón de su magia. Y en este vasto océano de perdición y de lamento interior, ¿dónde estaba su luz?, ¿acaso seguía brillando? Seguro que su luz se había escapado con las olas… Ella la buscaba también en cada estrella del cielo que abrazaba el mar cada noche, sin éxito. No percibía su luz, lo único que afloraban eran sus lágrimas y sus pensamientos de desilusión y de tristeza. El ruido de fondo de estos pensamientos a veces le resultaba fastidioso pues quería escucharse a sí misma y no podía.
En una ocasión se hallaba en su cocina de sueños, una cocina donde ella procuraba crear aquello en lo que realmente creía pero como se había olvidado de sí misma, las recetas no le salían: o se le quemaban en el horno o los sabores sabían sosos pues en ellos no residía el condimento de la fe y del amor por sí misma. 
Sin embargo, poseía la esencia espiritual de una verdadera hada y, por eso, aunque no era capaz de reconocerla, mientras ella observaba en la cocina como iba horneándose un pastel, una diminuta mariposa de jardín se posó en su hombro y se quedó un buen rato con ella.  La mariposa no sentía temor de estar tan cerca, al contrario, pues percibía un aura de luz agradable en la chiquilla-hada  que la hacía sentirse bien. La niña procuraba moverse poco, pues no quería que la pequeña mariposa se marchara. De hecho, ella se sentía halagada de que tan delicada criatura la hubiera elegido a ella para permanecer sobre ella en ese momento. Ella lo estaba viviendo como un momento especial, lleno de magia y, de algún modo, ella podía respirar el halo de ternura que la mariposa desprendía. Fue un instante bello. Sin embargo, el tiempo de cocción de la tarta había finalizado y cuando la niña se agachó para abrir el horno, el calor que de él escapó, hizo que la mariposa emprendiera su vuelo... Sin embargo, la chiquilla sonrió pues la tarta estaba en su punto y de ella emanaba un agradable aroma que todavía la convertía en algo más apetitoso.
Mientras ella le estaba hincando el diente a tan dulce manjar, ocurrió algo que conmovió su corazón. En la ventana cerrada que daba al jardín, había en el cristal una hermosa mariposa, de grandes alas cuyo colorido blanco en sus alas le recordaron la luz blanca de la paz. En la parte superior de sus alas había un punto negro, que contrastaba con el fondo blanco de las alas. Ese punto negro tenía un gran significado para la joven pues en sus meditaciones siempre visualizaba uno así. Este punto negro le recordaba que en la pida a pesar de sentirnos apesadumbrados, siempre hay algo más, que, aunque desconocemos, por eso vemos simplemente el punto negro, en el momento adecuado, se transformará.
La mariposa no podía atravesar el cristal y se movía inquieta arriba y abajo. Así, que la chiquilla, con cuidado, abrió el cristal para que tan hermosa mariposa pudiera volar en libertad, no sin antes haberle agradecido su presencia y haber apreciado su sencilla belleza, tan natural que había conseguido llegarle al corazón.
La mariposa marchó, pero antes de desaparecer estuvo visitando el jazmín del jardín, de ese jardín que tan maravilladas tenía a las mariposas que lo visitaban. Era el jardín de la joven, quien siempre adoró y sintió un gran respeto y afinidad por las flores y las plantas. Salió al jardín a respirar, desde ese jardín ella se sentía libre y ese punto negro que a veces visualizaba, dejó de preocuparle. La situación que le inquietaba se resolvería, confiando en la sabiduría de los procesos de la vida. Ella era una experta en contemplar los procesos de crecimiento de la madre naturaleza. De hecho, ella lo hacía cada día en su jardín y le sorprendía la belleza y la armonía que era capaz de generar la madre naturaleza. Esa madre con olor a hierba fresca que tan amorosamente velaba por la vegetación del planeta.
Si la joven era capaz de cuidar su jardín, entonces el amor residía en su interior y si era capaz de proporcionárselo a sus plantas, también debía ser capaz de reconocerlo en su interior. Las flores y las mariposas ya lo estaban haciendo, las flores, creciendo y luciendo sus inspiradores colores, reavivados por la luz del sol, y las mariposas, volando cerca de la niña y del néctar de las flores.           
La joven salió a dar un paseo por el campo, necesitaba ampliar su visión sobre  las cosas y llenarse de la expansión que le producía contemplar la cordillera de montañas que rodeaba el lugar donde nació. Esas montañas que amaba desde pequeña, tanto que le parecía que sus latidos eran los de las montañas. Ella caminaba lentamente para no perderse ningún detalle, sentía en cada paso el corazón de las montañas en unidad con el suyo. Deseaba que ese instante no acabara nunca y cerró los ojos para sentirlo intensamente, como un sueño. El aire besaba su rostro. Sentir la brisa en su piel le resultaba tan placentero que hubiera deseado que esa brisa le llegara al alma y refrescara sus emociones y envolviera cada uno de sus sentimientos en una tela mágica de amor incondicional con destellos al infinito.
Una ladera descendía en su camino y formaba una pendiente. En esta pendiente del terreno, ella vio unos pájaros que volaban en círculo casi a ras de suelo. Estaban relativamente cerca de la joven y su presencia no los incomodaba en absoluto. No paraban de piar. Ese trino le recordó que en sus pensamientos y meditaciones diarias no sólo podía hallar silencio sino también sonidos agradables como el que estaba escuchando y hermosos recuerdos, en lugar de tanto parloteo mental que la estaba haciendo infeliz, ella debía ser consciente de que lo bello residía en su interior y que la belleza se manifiesta de diversas formas en el exterior, pero si lo hace, es porque la belleza ya está presente en nosotros desde que nacemos. La belleza interior puede manifestarse en forma de paz, de una puesta de sol o de una hermosa vivencia que os dejó un buen sabor de boca.  ¡Vaya, qué parlanchín estaba hoy el espíritu de las montañas!  Sin embargo, la niña pensó que era mejor no tratar de interpretar o de concluir sus mensajes, sino simplemente mirarlos con los ojos de un niño y de agradecerlos como un regalo inesperado.
La niña-hada siguió su camino, lamentando tener que dejar tan bella escena atrás. Se hubiera pasado la vida contemplando a los pájaros, tan cerca de ella, pero un amigo suyo pasó con su carro y la invitó a subir en él. Ella aceptó complacida. Le encantaba viajar en el carro de madera junto a ese amigo de infancia, que sabía escucharla. En ese momento, la brisa más bien se convertía en aire que rozaba su piel con más intensidad al sentirla a contracorriente debido a la velocidad del carro. La niña comparaba la suave brisa que había sentido antes cuando caminaba, con el aire que justo entonces levantaba sus cabellos. Saboreaba el contraste de sensaciones.
En secreto, la niña pidió una sorpresa más a la naturaleza y ésta la escuchó.  En el cielo,  justo al lado de la niña, apareció un ave que en pleno vuelo hacía lo posible por mantenerse en el aire pero sin avanzar, como si el pájaro quisiera parar el tiempo y el movimiento. El conductor del carro era ajeno a cuanto sucedía pues él miraba hacía delante para dirigir a los caballos. La escena le resultó graciosa a la niña y digna de gran habilidad y destreza. Sólo duró unos segundos. Pero si ese pájaro era capaz de controlar el  movimiento con sus alas para parecer quieto en el aire, también la niña podía aprender a dejar que sus malos pensamientos la hicieran volar allá donde a ellos se le antojara. Podía hacerlo aquietándolos, dejándolos volar y marcharse o impregnándolos de paz y perdón para centrar el movimiento de sus pensamientos en el momento presente sin despistarse y desde esa posición sentirse en sosiego para desprenderse de las preocupaciones. Desde una perspectiva de paz interior, todo se ve de otro modo. Gracias a las mariposas y a los pájaros la niña había aprendido a mirar la vida de otra manera y así se lo contó a su amigo, que, como siempre, la escuchaba con la luz del corazón. Esa misma luz que ahora brillaba en la mirada de la niña.   
Extraido de mi libro Cuentos de hadas para niños y adultos de Bubok Editorial