viernes, 11 de noviembre de 2011

Mi encuentro con los elfos y otros seres elementales de la naturaleza


Me senté a admirar el paisaje. Acababa de llover y el sol acariciaba las hojas amarillentas de los árboles de tal modo que daba la impresión de que el astro rey se fundía en cada una de ellas. Las hojas de los robles vistas a contraluz parecían diamantes que tiritaban al compás de la dulce brisa que secaba las hojas todavía húmedas y que, a la vez, me insuflaba al alma de paz y sosiego.

Un cuervo sobrevolaba con atención la cumbre de la montaña como queriendo atrapar esos reflejos de luz de los árboles que a mí me encandilaban.

Presentía que yo había estado allí mucho antes con alguien muy querido y que su espíritu era ahora su vigía eterno.

El cuervo seguía volando, como reafirmándose en su trono animal y salvaje, y llamó mi atención graznando cerca de mí, recordándome que él era el señor de ese lugar sagrado, de esa naturaleza virgen, que yo había visitado de niña y que ahora había venido a mí en la edad adulta como un regalo del cielo y de los seres alados que antaño había sido mi familia de luz. Y yo los seguía percibiendo profundo en el corazón y aunque en ese momento no los veía, yo intuía con toda convicción que estaban allí. Les hice una ofrenda de pétalos de rosa y les prometí que seguiría encontrando más momentos de recogimiento como ése para sentirme tan cerca de ellos en la intimidad del ser que sólo los lugares elevados como aquél ofrecían, abrazados por las montañas nevadas.

En mis pensamientos, escuché la voz suave de mi abuela ya fallecida, que me susurraba que yo no había obrado mal al dejar atrás vínculos familiares que me ahogaban pero que habían hecho crecer a mi alma con el maestro del dolor. También me transmitió que no me juzgaría más por eso y que yo aprendiera a no juzgar a los demás y a aprovechar al máximo todas las lecciones referentes a esa cuestión que me iban a llegar por designio divino.

Algo me decía que siguiera caminando, mientras admiraba el vuelo imponente y rasante de un ave rapaz que me retaba para decirme que yo tan sólo era una visitante de aquel entorno que se desplegaba como la muestra viviente de la paz de espíritu, que yo había venido a inspirar para que descansara en mi corazón.

Mientras el ave rapaz se dejaba fluir en el cielo otoñal en círculos perfectos, guiada por su instinto, parecía animarme a que siguiera adelante a pesar de mi cansancio, siguiendo los pasos de mi intuición. Simplemente sabría cuál sería mi destino.

Cuando lo vi, me asombré tanto, que lloré de emoción. En una de mis meditaciones tiempo atrás con el alma del planeta Tierra, ella me había regalado imágenes de mí sentada en calma en un campo de espigas doradas, mecidas por el viento. Lo reconocí enseguida y, emocionada, di las gracias a mis guías. Les hice una segunda ofrenda de más pétalos de rosas, pidiéndoles mentalmente orientación y enseñanzas de maestros del corazón. Esos maestros sinceros y plenamente entregados a sus nobles propósitos, que elevan al mundo con su presencia.

Agradecí todas las preocupaciones e inquietudes que me habían impulsado a reencontrarme en aquel paraje natural, al cual había renunciado años atrás por rencillas familiares. Pero regresé porque mi corazón de niña seguía allí y deseaba fundirme con él. Lo hice casi a escondidas, temerosa de que los que me habían hecho tanto daño no pudieran verme.

Las hadas me hicieron saber en un mensaje magistral y directo que aunque yo hacía tanto tiempo que no había estado allí, ellas siempre habían estado conmigo.

Aquel lugar les encantaba y comprendí que no debía dejar que cuestiones personales me apartaran de aquel entorno mágico y verde, que me había visto gatear, dar mis primeros pasos y crecer.

Les ofrecí también a los seres elementales del bosque unos minerales (cuarzo, ónix, turquesa, amatista) para que los tomaran y bailaran a su alrededor con la vibración de la alegría que desprendían de forma natural y que tanto bien hacía al planeta. Estaba segura que se trataba de un lugar casi secreto y tan alejado que nadie podría dañarles ni impedir sus juegos y danzas.

Respiré hondo y reverencié a aquella naturaleza de belleza espectacular que hacía acallar en su presencia maternal y compasiva incluso a las mentes más alteradas. Ante ella, se doblegaban en una actitud de respeto y de acogimiento.

En aquel instante eché de menos al ratoncito que había comprado el día anterior, llamado Elfo en honor a estos seres elementales y guardas de la naturaleza, maestros de reiki y de yoga desde su nacimiento, cuyo propósito siempre incluye a la Madre Tierra. Sabía que me protegían y su cercanía me hacía sentir pequeña pues admiraba profundamente su mente telepática, su invisibilidad, su belleza extrema y sus nobles virtudes. Quizás las rosas y los minerales eran un obsequio minúsculo para la grandeza de su alma, pero les pedí que lo aceptaran y que me ayudaran a encontrar la alegría que hacía vibrar a mi corazón de niña y que el sufrimiento había encogido desde la adolescencia. Con lágrimas en las mejillas hice un llamado para que me ayudaran a sacar todas las capas que me impedían encontrarme conmigo misma, descubrir mi naturaleza estelar y ejercer mi misión para poder regresar a donde pertenecía.

El mensaje silencioso de los elfos fue que a veces para difundir un mensaje o enseñar lo que estamos predestinados a hacer en el mundo, debemos esperar a tener la corriente a nuestro favor. Me pusieron en mi mente el siguiente ejemplo:

-Si deseas lanzar hojas de colores al aire y éste te las devuelve, es que la brisa fluye en dirección contraria a donde ahora estás. Espera con paciencia a que los elementos se muevan paralelamente a ti en tu beneficio y en un abrir y cerrar de ojos, lanzarás sabiduría por doquier a los corazones necesitados de enseñanza. Lo harás de forma natural, automática, arropada por la magia y la luz de tu alma hadada, sedienta de evolución y crecimiento.

Me tumbé sobre el suelo para integrar el mensaje, con mi pluma estilográfica entre los dedos, prometiendo que regresaría de nuevo a recoger las sabias palabras engendradas en aquel paraje natural que hablaba en la brisa, susurraba en cada arroyo y rezumaba intuición y conocimiento ancestral en cada paso del camino. Seguirlo era una bendición que me abría el corazón y lo recargaba de fuerza, ilusión, inspiración y amor a borbotones. Sólo podía decir gracias y seguir alabando el silencio profundo de aquellas praderas, que me recordaba que siempre había permanecido en mi pecho y que ahora abría los ojos y, lentamente, se desperezaba para ofrecerme aquietar mi mente y convertirla en neutral desde la dicha del ser por el sencillo hecho de existir y de sentir la vida a flor de piel, atestiguándola con presencia y atención plena. Algo estaba despertando en mi interior.

Los elfos me pedían en mis pensamientos que sintiera mi vientre como el contenedor del regazo de la madre naturaleza, del crecimiento de la vegetación, del fluir de los manantiales y lagos, de la paz infinita de las estrellas que con su luz bendicen y embellecen nuestros sueños y eso me reconfortaba.

Sabía que algo nuevo se instauraba en mi vida.

Safe Creative #1111110496207