Érase una vez un niño que, cuando regresaba de la escuela, camino de su casa en el campo, atravesaba el bosque. En el bosque había animalitos que eran sus amigos: como la rana de la charca, que croaba, cuando lo veía para saludarle y la lombriz, que por encima del túnel de tierra que solía mantenerla ocultada, asomaba su cabecita para saludar al niño alegremente. Los tres jugaban a la pelota, se la pasaban entre ellos entre risas y charlas. Formaban un buen equipo.
El niño se sentía muy a gusto con sus amigos los animales. Sin embargo, en ese pedacito de bosque que al niño le parecía un paraíso, él tenía más amigos, como las libélulas, las cuales volaban en zigzag cerca de la charca de la rana. Resultaba gracioso contemplar como el niño, la rana y la lombriz se colocaban en línea recta, uno al lado del otro, mientras seguían con sus cabecitas los movimientos del vuelo en zigzag de las libélulas. Ellos movían sus cabezas al ritmo de las libélulas, de un lado a otro, al mismo tiempo. Parecía que estuvieran viendo un partido de tenis. Cuando las libélulas volaban rápidamente en su zigzagueo, las cabecitas de ellos tres se movían tan rápido que tenían la sensación de un ligero mareo. Entonces, era mejor detenerse. Sin embargo, las libélulas seguían volando y marcando el ritmo. ¡Era divertido!
Después de haber hecho sus deberes y justo antes de la cena, el niño solía regresar unos instantes al bosque para disfrutar del espectáculo de la luz de sus amigas las luciérnagas. Antes de marcharse, se despedía de ellas, de las libélulas, de la rana y de la lombriz. Sin embargo, cuando el niño regresó a su casa, durante el transcurso de la cena, su mamá le pidió que cuando oscurecía el niño no debía de estar sólo en el bosque por lo que le propuso que, a partir se ese momento, fuera al bosque con su hermana para darles las buenas noches a las libélulas. Al niño le pareció genial. De este modo, su hermana conocería a sus amigos del bosque.
El niño se sentía muy a gusto con sus amigos los animales. Sin embargo, en ese pedacito de bosque que al niño le parecía un paraíso, él tenía más amigos, como las libélulas, las cuales volaban en zigzag cerca de la charca de la rana. Resultaba gracioso contemplar como el niño, la rana y la lombriz se colocaban en línea recta, uno al lado del otro, mientras seguían con sus cabecitas los movimientos del vuelo en zigzag de las libélulas. Ellos movían sus cabezas al ritmo de las libélulas, de un lado a otro, al mismo tiempo. Parecía que estuvieran viendo un partido de tenis. Cuando las libélulas volaban rápidamente en su zigzagueo, las cabecitas de ellos tres se movían tan rápido que tenían la sensación de un ligero mareo. Entonces, era mejor detenerse. Sin embargo, las libélulas seguían volando y marcando el ritmo. ¡Era divertido!
Después de haber hecho sus deberes y justo antes de la cena, el niño solía regresar unos instantes al bosque para disfrutar del espectáculo de la luz de sus amigas las luciérnagas. Antes de marcharse, se despedía de ellas, de las libélulas, de la rana y de la lombriz. Sin embargo, cuando el niño regresó a su casa, durante el transcurso de la cena, su mamá le pidió que cuando oscurecía el niño no debía de estar sólo en el bosque por lo que le propuso que, a partir se ese momento, fuera al bosque con su hermana para darles las buenas noches a las libélulas. Al niño le pareció genial. De este modo, su hermana conocería a sus amigos del bosque.