Esta noche contemplo a las personas
paseando,
empapadas del halo de la luna
y las estrellas les acarician,
les mecen y sonríen a sus sueños.
Los transeúntes se entregan al presente
en cada paso
con la misma devoción
que tiene un bebé al nacer
y lo miran desde la luz de la divinidad,
bendiciendo cada minuto recibido.
El ahora nos abraza
y nos llama a la neutralidad,
a la alerta de los sentidos,
a la apertura del ser,
como una hoja que se va desflorando
para arrojar el milagro de la vida
de su semilla.
La Tierra está acurrucada
en un baño de energía vivificante
que renace serena al alba.
Todo lo que en el planeta permanece
es elevado a la vibración del amor
y cae lo fútil,
mientras arrecia lo verdadero.
Abro mis ojos y agradezco la dicha
del aquí y del instante
y me fundo en la esencia del momento
y la recibo con la complacencia
de un niño
que se siente amado
y que ha aprendido a jugar honestamente
con la vida.
Cuando las luces se apagan,
veo a los ángeles
que rodean mi corazón alegre
y que me ayudan a discernir
para alcanzar el despertar soñado
que siempre estuvo ante mí,
descalzo, desnudo y ahora compañero,
que me da la mano
y me besa el alma.