viernes, 13 de julio de 2012

Supermami, la mamá gallina (2)



Supermami, la mamá gallina adoptiva seguía criando a sus patitos con el amor, el esmero y la dedicación de una madre. El granjero opinaba que ella era la viva muestra de que las madres entregadas, en sí mismas, son un verdadero milagro en La Tierra pues ellas alientan a sus retoños a ser por sí mismos, cuidándoles pero sin tratar de interferir ni coartar la expresión espontánea y natural de esas pequeñas almas juguetonas y tiernas.  


Los patitos no paraban de comer y piar y mamá gallina estaba resplandeciente de felicidad con ellos. Desde que los estaba protegiendo, Supermami estaba más bonita que nunca. El estar siempre pendiente de ellos formaba parte de su vocación de madre.

-He tenido mucha suerte de que hayas llegado a mi gallinero, Supermami -decía el granjero-. ¿Te han enviado los ángeles?


En una jaula grande anexa al gallinero había unas codornices chinas. Su plumaje claro y amarillo les confería una belleza particular. Un día el granjero observó como el codorniz macho picoteaba en la cabeza de la codorniz hembra y le causaba daño. El granjero se dio cuenta de que la cabeza de la hembra empezaba a sangrar. Por eso la tomó en sus manos y con el amor que profesaba a los animales de su granja, le limpió las heridas. Hinchados de dolor, los ojos de la codorniz no se abrían. La hija del granjero que había heredado de su padre la pasión por los animales, le pidió a su papá si podía tener bajo su cuidado a la codorniz hembra. Su padre accedió.

La niña intentó tomar a la hembra entre sus brazos, pero ella, dolida por el ataque que acababa de sufrir, no permitió que la niña la abrazara. La niña comprendió el miedo de la codorniz. La niña se entristeció pues la codorniz pasaba sus días sin comer, con la cabeza siempre agazapada, como si hubiera sido vencida. Siempre estaba plegada, retraída y con los ojos cerrados. La niña podía sentir el sufrimiento de ese animal en su propio corazón y solía llorar al verla tan débil. La niña le rezaba a los ángeles y les suplicaba que por favor le devolvieran la vista a la codorniz.

-Por favor, tenéis que curar a mi codorniz - susurraba la niña a su ángel guardián.


El granjero trataba de que la codorniz comiera y bebiera algo pero no siempre lo conseguía. El animal estaba muy abatido y desconsolado. El granjero cogió a la codorniz macho que dañó a la hembra y lo trasladó al corral con las gallinas. Allí el macho codorniz intentó propinar un picotazo a uno de los patitos y tuvo que vérselas con Supermami que ni por un momento dudó en defender a su pequeño. Luego el codorniz macho cayó en el recipiento lleno de agua que el granjero había colocado allí a modo de balsa para los patitos. El codorniz no pudo salir de allí y tuvo que pasar toda la noche en el agua fría. El granjero lo sacó por la mañana y lo recolocó de nuevo en su jaula pero esta vez aislado. El animal estaba como inmóbilo aletargado a causa del efecto del agua.

-Papá -le dijo la hija a su padre granjero -la codorniz que me has permitido adoptar se llama Princesa y aunque ahora es una princesa triste, yo rezo a los ángeles para que se recupere-..

-Ten paciencia. Los ángeles escuchan todas nuestras peticiones -le dijo el granjero a su hijita.

-Papá, por favor, deja que Princesa esté un tiempo conmigo, fuera del corral -le pidió a su padre.

-¿Por qué? -le preguntó su padre.

-Por que quiero que sane y deje de sufrir este asedio -le dijo su hija.

-A veces los animales se atacan entre ellos. Nosotros no podemos juzgarlos desde nuestra perspectiva humana pues su naturaleza animal es quien los rige. Pero por esta vez voy a respetar tu petición -le dijo amorosamente el padre a su hija.

Entonces sucedió un pequeño milagro: Princesa empezó a abrir un ojo y a recomponer su compostura habitual. Ya no estaba siempre agazapada, con la cabeza gacha, sino que ahora estaba más levantada, parecía una verdadera princesa. Pero por aquel entonces sucedió otro milagro y es que el granjero tenía en la granja una incubadora artificial donde días atrás había colocado unos huevos de Princesa. Dos de ellos empezaron a romperse y nacieron dos preciosas y diminutas codornices. La hija lloró de felicidad al presenciar el milagro y experimentar la emoción de ese momento mágico.

-Cúrate pronto, Princesa, tus hijos están aquí. Pero no te apures, mientras estés enferma, papá los alimenta -le dijo la hija del granjero a su codorniz.        
   
Los patitos seguían siendo las estrellas del gallinero bajo el atento cuidado de Supermami. El resto de gallinas de corral estaban alicaídas, tristes. El granjero se dio cuenta de la razón: el gallinero se estaba quedando pequeño ante tante correteo de los patos, además, éstos siempre se bañaban y mojaban toda la paja y el suelo de tierra del gallinero. Por esta razón, el granjero agrandó el corral y retiró parte de la paja mojada y en su lugar el granjero colocó piedras de grava cerca de la bañera, de este modo, esa zona no estaba tan húmeda  y sería más cómoda para las gallinas.



-Papá, no pongas grava por todo el suelo del corral -le dijo la niña a su padre - Deja parte del corral con el suelo de tierra, la que esté más alejada de la bañera de los patos. A los patos y a las gallinas les encanta buscar insectos en la tierra.

-Qué lista que es mi niña -dijo el granjero.   

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