Érase una vez un niño que adoraba el mar. Solía bucear para admirar y recrearse en el mundo marino y lo hacía
con tanto amor y respeto que hacía unos días que venía siendo
observando por una sirena. Un día ella se le acercó, atraída por el
corazón sensible y la autenticidad que irradiaba
el niño. El niño la saludó y le pidió que fuera su amiga en sus
inmersiones acuáticas. La sirena lo acompañaba y le mostraba tesoros
ocultos, sabedora que podía confiar en el alma noble y bondadosa del
niño.
La sirena disfrutaba de largas estancias en el mar y breves, en cambio, en el aire, junto al niño y, el niño, a la inversa, aunque cada vez conseguía alargar la duración de sus viajes al mar gracias a la creciente capacidad de sus pulmones. En cierta manera, ambos permanecían en el mar y en el aire de forma opuesta, la sirena más en el mar y menos respirando en el aire, y el niño, al revés pero era como si el destino hubiera reunido a ambos para conciliarse con sus opuestos.
La sirena disfrutaba de largas estancias en el mar y breves, en cambio, en el aire, junto al niño y, el niño, a la inversa, aunque cada vez conseguía alargar la duración de sus viajes al mar gracias a la creciente capacidad de sus pulmones. En cierta manera, ambos permanecían en el mar y en el aire de forma opuesta, la sirena más en el mar y menos respirando en el aire, y el niño, al revés pero era como si el destino hubiera reunido a ambos para conciliarse con sus opuestos.
La sirena le contaba cuánto le dolía la contaminación que envenenaba
el fondo marino y el niño le respondía que cada vez existía una mayor
conciencia ambiental pero que aún quedaba camino por labrar.
Imagen registrada*
Por las noches, la sirena recorría los caminos relucientes que la luna y las estrellas tejían en el mar para llenarse del magnetismo y de la energía de
la luna y repartirla después en las profundidades. Se preguntaba cómo
sería caminar, sentir la tierra bajo sus pies, cómo sería respirar el aire
siempre, escuchar sonidos que no fueran los marinos o percibir la
caricia del viento o el susurro del aire en el oído. A su vez, el niño
antes de dormirse pensaba en su sirena, en cómo debía estar disfrutando
del eterno contacto con el agua y la sensación de ligereza, liviandad y
libertad que otorga el deslizarse en el arrecife coralino,
nadando entre la belleza y el colorido de las especies que lo habitan.
Se preguntaba cómo sería no sentir nunca el peso del cuerpo, ¿tampoco
sentiría ella el peso de las emociones?
Por
la mañana el niño se zambullía en el agua y su sirena esperaba a su
invitado para seguir compartiendo con él los secretos del océano y así,
entre ellos, fue creándose este punto de encuentro hasta el día de hoy.
Autora texto e ilustración: María Jesús Verdú Sacases
Texto e ilustración inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual
Técnica ilustración: Acuarela y sal gorda
Cuento extraído de mi libro de descarga gratuita Cuentos de hadas para niños y adultos