Las hadas y los ángeles me bendicen hoy con
la calidez de su luz. Su presencia ligera me transmite serenidad. No
presentan hoy una forma muy definida pero la percibo como un halo
ligero, puro, cristalino. Me noto llena de vida, cuando estos
seres andan cerca. Como si mi cuerpo y mis miedos resultaran sanados de
un plumazo. Qué liberación desprenderse del sufrimiento humano.
Hoy reboso dicha en todo mi ser. Esbozo una sonrisa
permanente. Aquí todo es frescura, gracia, belleza. Soy algo indefinible
más allá del cuerpo, más allá de todo lo que he aprendido en La Tierra.
Ahora entiendo porque los iluminados, los santos, los yoguis,
los eremitas renunciaron a todo en su vida humana con tal de
establecerse en esta dimensión perfecta, sublime, donde palabras como lo
divino o la magia se quedan cortas. ¿Cómo puedo describir lo que no
pueden darme los sentidos?
Todo aparece y desaparece en el teatro de la vida
pero hay algo, un principio sin forma, que reside en todo pero que, sin
embargo, permanece inafectado, que lo presencia todo, desde siempre, de
manera imparcial. Eso soy. Hadas y ángeles
me lo recuerdan y para ello hacen llegar a mí la verdad de algunos
maestros que lograron en vida ese estado de gozo más allá de las
palabras.
Las hadas me muestran la puerta pero una vez ahí
debo abrirla sola y seguir mi camino con la voz del interior, la voz sin
voz, el silencio con palabras. Todo parecen contradicciones pero debo
integrarlas y entonces me resultarán claras.
Siento en mi interior la frescura de las flores, la
magia de cada momento y puedo seguir así siempre, trascenciendo la
ilusión del tiempo y de la falsedad de los conceptos. Los rayos
luminosos, tornasolados pasan a través de mí, a través
de las hadas como si de espíritus se tratara. En comunión con el ahora,
tomo plena conciencia de lo ilusorio de las apariencias. Este estado de
elevación espiritual resulta natural para el alma que, cuando se
expande en lo que realmente es, vibra en armonía
con todo.
Las hadas me miran como si quisieran entrar dentro
de mí. Noto su dulce y curiosa mirada en mi pecho. Me fundo con ellas en
la plenitud de lo que soy, en la luz hadada de mi corazón, aquella que
me acompaña desde niña.
Cuando era niña, podía ver a las hadas con mayor
facilidad que en la edad adulta sobre todo cuando estaba en contacto con
la naturaleza. Los majestuosos valles y sus ríos y lagos se
convirtieron en testigos de mi niñez. Ahora recuerdo con
nostalgia mi vinculo de aquellos días con la madre naturaleza. La paz
del bosque se convirtió en mi más fiel aliada.
Por aquel entonces yo no
conocía el miedo y caminaba libre y alegre en las montañas bajo la
atenta mirada de mis abuelos. Los echo tanto de
menos... ellos me enseñaron a amar a las montañas.
Me explicaron cómo
diferenciar los cantos de los pájaros, los diferentes tipos de frutas
silvestres y de plantas medicinales. También me hablaban de las hadas,
elfos, duendes y gnomos que vivían en el bosque
y que conocían el lenguaje de los animales.
Los cuentos de hadas
constituyeron parte importante de mi infancia pero en ellos había una
realidad oculta que yo iría descubriendo con el tiempo en las
posteriores fases de mi crecimiento. Siempre tuve una sensibilidad
especial aunque eso te convierte en más vulnerable al dolor.
Autora texto e ilustración: María Jesús Verdú Sacases
Técnica ilustraciones: Pastel