viernes, 7 de diciembre de 2018

En meditación con los gnomos

Medito en el bosque. Silencio.  Estoy en medio de la nada. Vacío. Siento paz.

El clima es fresco pero voy bien abrigada. Al fondo veo bancos de niebla pero los rayos del sol les sonríen por encima, como si jugaran con ella. El contraste de la luz sobre la niebla tiñe el bosque de espiritualidad. Aquí dispongo de intimidad y de calma para adentrarme en mí misma, en una dimensión interior que no conozco pues está libre de conceptos.

El suelo está cubierto de musgo y repleto de setas. Seguro que los gnomos andan cerca, escondidos en la vegetación. 


Aquí percibo claramente que todo es espacio, el espacio que normalmente nos quita el mundo y con el cual conecto en meditación. Pero es un espacio vacío, sin nada.

En la tranquilidad de la naturaleza me resulta más fácil no perderme en mis pensamientos y concentrarme en el vacío, en el ahora sin tiempo, en el espacio sin nada, informe y sobre este vacío se alza la forma.

Ahora entiendo que sólo soy un personaje más en el teatro de la vida y que, por tanto, no debo creerme sus mentiras.

El perfume del cedro me embriaga. A pesar del frío, el sol calienta ligeramente. Me reconforta y siento el momento como es, sin cambiarlo. Conforme avanza la mañana de este día de otoño, la luz va iluminando el bosque gradualmente. Es como si se fuera creando una apertura. Me abro al instante. Escucho el canto de los pájaros. El presente cobra vida. ¿Por qué me la habré perdido durante tanto tiempo, pendiente del pasado y del futuro?, ¿qué clase de vida tenemos? Sin embargo, cuando me centro en lo que es ahora y no me dejo influir por la mente, pierdo la noción del tiempo. Entonces, la vida surge de mí en lugar de resultar yo afectada por ella. Todo, simplemente, fluye y no voy a juzgarlo. He perdido ya demasiado tiempo evaluando, criticando, calculando... Elijo centrarme en el momento. Algo oculto, invisible, me transmite tranquilidad y, a la vez, permanezco atenta pero no como si estuviera pendiente del mundo, sinó receptiva a lo que sucede, sin crearme falsas necesidades ni creerme los engaños de mi mente. Sólo puedo estar verdaderamente receptiva con la mente vacía.   

La naturaleza irradia paz, una atmósfera de frescura, pureza y sosiego de la que, sin duda, forman parte hadas, duendes, gnomos y elfos. Su vuelo invisible me acompaña desde niña. A su lado, la vida destila magia y encanto. ¡Lástima que sean tan huidizos y que se esfumen tan rápido en el aire! Esta mañana he visto a algunos seres dévicos. Parecían pájaros de luz dorada, disolviéndose en la niebla. Gracias por este regalo.

Regreso a mi tiempo de meditación. En este apacible estado de alerta interna, me doy cuenta de cuando los pensamientos aparecen y se fijan en mi mente. Al ser consciente de eso, dejo de prestarles atención, por lo que van perdiendo fuerza y acaban por cruzar mi espacio mental hasta que se disuelven. Siento mi espacio interior: vital, vibrante, genuino.

Licencia de Creative CommonsAutora texto e imágenes: M. J. Verdú
Técnica ilustraciones: Pastel y lápices acuarelables.