domingo, 21 de octubre de 2018

La belleza de la naturaleza nos devuelve al presente

Estoy en el río, un lugar mágico y tranquilo. Este paraíso constituye un regalo de la naturaleza y una invitación a entrar en mi luz interior, aquella que se esconde tras los vaivenes de la vida. Sin embargo, aquí todo es calmo y pausado. El sonido relajante del río convive con el silencio del entorno. De esta unión nace un equilibro natural que ralentiza y hasta consigue detener el tiempo. Dejo de pensar, el pensamiento se reduce a un mero telón de fondo y el presente fluye en primer plano. Las palabras, incapaces de expresar este estado de paz enraizado en el ahora, pierden su poder.
  
El tañido de la campana del pueblo anuncia un mediodía que parece no existir. La temperatura es agradable. Todo rebosa serenidad. Siento una calidez especial, familiar, que me hace sentir confianza y seguridad. Lo agradezco infinitamente de la misma manera que agradezco todo lo que me ha llevado hasta este instante. Este estado sin tiempo, apacible, me recuerda al de las hadas y los elfos, a su dimensión mágica, donde todo resulta posible. Dicen que aquí, en nuestra dimensión humana, también lo es, si aprendemos a crearlo con suficiente amor y convicción en el corazón. 

La belleza y la templanza del lugar me sobrecogen. Permito que la sacralidad del entorno penetre en mí. La atmósfera fresca y pura de este paraje me enamora y me impulsa a regresar una y otra vez pero una vez aquí, no necesito saber el porqué. Aquí los motivos y el querer saber se desvanecen. Sólo el ahora está presente. Me colma una felicidad que no precisa de razones para existir, sino que simplemente es y permanece latente, a disposición de aquellos desligados de los convencionalismos sociales. Aquí no hay nada que olvidar ni que recordar. Sólo el verbo ser late en cada expresión de vida.
 

Me acogen formas de vida invisibles, de gran sensibilidad, guardianas de las montañas y de los ríos del paisaje. Siento sus vuelo, su susurro, su corazón alegre, su energía juguetona y sonriente. No las veo pero no necesito verlas para tener la certeza de que andan cerca. De niña en alguna ocasión pude observarlas. En mi juventud, una sola vez. Hoy día, en cambio, me contento con percibir la presencia de sus espíritus inocentes y libres. A veces, incluso hacen ruiditos, como si alguien se apresurara a esconderse y otras, me invade de forma inesperada una sensación de pureza, de frescura, de algo en estado original, sin haber sido contaminado por las emociones humanas, que me acaricia como una suave brisa. Entonces, les doy las gracias en silencio y solicito sus bendiciones.

El zumbido de un insecto me saca de mi ensimismamiento y me devuelve a la alerta y el disfrute de este momento.

Autora texto e imagen: M. J. Verdú
Técnica ilustración: Pastel y lápices de colores
Licencia de Creative Commons

Os dejo con una frase inspiradora de Abraham Lincoln (1809-1865), 16º presidente de Estados Unidos:

"Creer en las cosas que puedes ver y tocar no es una creencia; pero creer en lo invisible es un triunfo y una bendición."