Me llevas, hada, a un mundo que me embota los sentidos y me deja a la deriva de mi intuición.
La luz se filtra en mi ser y mi mirada sólo ve la belleza y la perfección, que crea tu magia en el castillo de mi imaginación y me elevas, serena como mis ilusiones, cuando el alba acaricia mis sueños y las estrellas centellean en la placidez de la noche.
Tu halo me traslada a la infinitud y a la profundidad, al concepto sublime del origen de la verdad, acunada por lo auténtico y lo divino.
Me meces en la paz, en un dulce susurro, en un ritmo armónico que me lleva como una suave corriente a mis emociones más íntimas en un viaje interior donde me encuentro a mí misma y flotando en la superficie, te veo a ti.
Ayer, 19 de febrero de 2010 celebramos con mi marido nuestro 15 aniversario juntos. Lo sentí como uno de los mayores éxitos de mi vida, sobre todo, porque lo siento como un éxito plenamente consolidado que me ha animado a conocerme mejor como persona, a creer en mi potencial y a luchar por mis objetivos sin dejar de lado el momento presente. Además, siempre ha estado a mi lado y sin él no sería lo que soy. Él me ha enseñado a enamorarme de la vida. Es un ser adorable, un ángel, con el cual tengo el privilegio de compartir mis días. Los estoy viviendo como un sueño eterno, que cada día cobra mayor magia e intensidad. Es como si el paso del tiempo embelleciera mi existencia junto a él y cada día doy gracias a Dios por este milagro.
Érase una vez una niñita preciosa que nació en una granja en el campo. Desde pequeña poseía una extraordinaria cualidad y es que entendía y percibía el lenguaje y los sentimientos de los animalitos del bosque. Esto le permitió mantener una afinidad con los animales de la granja donde vivía y con los del bosque cercano que rodeaba a su casa en el campo. Desde que la niña empezó a gatear fue sensible a lo que los animalitos le transmitían y podía asimilar principios compartidos por la especie animal. Desde su más tierna infancia aprendía mucho de ellos.
Un día aparecieron en su granja un conejo de bosque, una ardilla y un ratoncillo. Ellos le instruyeron sobre valores como el compañerismo y la solidaridad, poniéndole como ejemplo la actitud que mantenían estos tres animalitos, cuando las lluvias asolaban el bosque y el conejo acogía en su madriguera a la ardilla y al ratoncito, la cual quedaba a salvo de la entrada del agua gracias a las piedras, la hierba y la tierra que taponaban la entrada. El conejo, además, guardaba en su madriguera frutas silvestres y frutos secos con que alimentar a sus amigos en esta situación. Sin embargo, a él le complacía proteger a la ardilla y al ratón de campo.
A la niña le maravillaba oír estas historias del mundo animal porque hallaba en ellas un sentido de autenticidad y de nobleza que ennoblecía a sus amigos los animales. Junto a la ardilla, el conejo y el ratoncito se quedó la niñita charlando hasta que su mamá la vino a buscar para merendar. Tras la merienda la niña se fue a su cuarto a jugar. La ventana estaba abierta y la brisa le trajo el canto de los grillos, ese canto que adoraba escuchar en los días de verano, pues le llenaba de paz... y con esa paz la niña cerró los ojos y se quedó dormida.
Soñó con su granja, con su bosque y con sus animalitos. Le pidio al cielo quedarse siempre con ellos y compartir sus mejores momentos con la naturaleza salvaje acurrucada en el canto del ruiseñor y resguardada por la belleza de las estrellas. Soñó que entraba en una cueva mágica invitada por un hada y que le concedió un deseo: convertirse en el Hada de los Animales para no tener que escapar nunca de ese sueño que le robó el corazón.