domingo, 5 de agosto de 2012

Meditación guiada

 
En meditación, respiro profundo y trato de sentir mis ser y cómo este se expande en una luz blanca que sana mis heridas y que me hace sentir ligera y conectada a mi alma. De hecho, ése es el espacio privilegiado que he ocupado siempre y que constituye el timón que dirige la embarcación de la vida, esa vida que tengo la dicha de vivir en libertad. 

Con los ojos cerrados, me siento una nómada del tiempo y percibo como éste me abraza y sella un pacto conmigo: el de una alianza eterna en la cual yo  me siento una con él en una nueva dimensión que me lleva a lo que he venido a ser. Este lazo me flexibiliza a él y él a mí, de tal modo que intuyo que el teimpo me acompaña y vibra en cada instante para revelarme el significado de la vida y, si conviene, el tiempo parece ensancharse o dejar de transcurrir tan veloz. Sigo respirando en postura de sedestación y tengo la sensación de que el ir y venir de las circunstacias deja de afectarme, ues, al ser consciente de la luz de mi centro, siempre me nutro de este equilibrio interno y eterno, inalterable, el cual la fuerza de mi alma me entrega como el mejor de los regalos. Y ése es precisamente mi mayor tesoro: mi alma eterna acariciada por cada momento que la alimenta y la convierte en una con todo.


En mi tiempo de meditación, soy consciente de la necesidad de dejar atrás mis apegos y de exprimir en cada instante hasta la más insignificante de las bendiciones, que la vida coloca ante mi. Traigo al recuerdo algunas de las afrentas recibidas y las disuelvo en una luz rosada, con amor, deseando lo mejor a sus ejecutores. Ya no pueden hacerme daño y he aprendido a comprender las razones de su actuación y aceptar que todo aquello ocurrió pero ya se fue, me enseñó empatía, comprensión por los demás y vulnerabilidades sobre mi de las que he tomado conciencia. Este nuevo entendimiento me permite vivir la vida en la frecuencia del milagro que soy, que no sólo se halla en lo bueno, sino también en lo que nos inquieta. 

Sigo con mi sesión de introspección y me doy cuenta de la belleza que experimento en cada instante de recogimiento. En la intimidad con el ser puedo escucharlo y conectar con él. Pero si no quiere transmitirme ningún mensaje, lo respeto y sigo adelante con mi ejercicio de interiorización, aprovechando para revisar mi estado mental, siendo consciente de mis sensaciones de ahora y tratando de ver desde este momento el escenario desde afuera, en paz con lo que soy y dejando de juzgarme y de juzgar a otros. Aceptar lo que me ocurre en lugar de juzgar es mi mejor opción.

Llego a la conclusión en el transcurso de mi mirada hacia dentro que cada juicio resulta una pérdida de tiempo que nos ancla en hechos que sucedieron en el pasado que nubla nuestra visión de las cosas y que nos abocan a un entendimiento equivocado. Este hecho que nos hizo sufrir, ahora ya no está. Por eso no voy a regalar mi valioso tiempo o experiencias a una entidad fantasmal que ahora veo salir por la puerta trasera de mis emociones.

Doy las gracias a todo ese sufrimiento por cada lección recibida, entre otras, me ha acercado a mi humanidad y a la paz latente que nació conmigo, que he aprendido a reconocer y de la cual me desconecté durante años.

Sigo ante mi escenario mental y observando la circulación de pensamientos, envolviéndome de una luz reconfortante que me envía como respuesta que desde que juzgo menos o trato de no juzgar, la vida la percibo desde el corazón alegre de mi niña interior a quien le encantan los juegos, las sonrisas, los paseos y la creatividad. La siento ahora fundida en mi corazón y la abrazo con cariño. En ese abrazo también incluyo a toda la humanidad, especiamente a los que me perjudicaron y doy gracias por ahber ganado mi nuevo espacio de libertad y confianza en mí misma.

Nunca me arrebataron nada que no me perteneciese y eso me ha conducido a la mejor de las enseñanzas: la plenitud que siento ahora, cuando me dedico el tiempo que antes me arrebataron.

Sigo en meditación y agradeciendo el regalo de dedicarme tiempo a mi misma, el cual empleo para seguir respirando profundo y dar rienda suelta a la creatividad y bailar con el corazón junto a mi niña interior, que es tan preciosa, que parece un ángel que me ha venido a enseñar a amar la vida. 


Respiro más profundo todavía para conectarme más con el instante y siento como un caudal infinito de nuevas creaciones está latiendo con tanta fuerza que dará lugar a un estallido de vida. Esta explosión de vida me muestra como la bendición y la hazaña que implica el hecho de vivir una vida consciente y despierta. A ese despertar nos dirigimos todso y allí es donde encontramos el núcleo de lo que realmente somos: luz y divinidad en carne y hueso.

Sigo bañándome de paz y mis guías de luz me rodean con amor en una canción callada cuya melodía compartimos desde mi nacimiento y que ha venido a recordarme en cada paso del camino mi origen y el porqué estoy en este precioso planeta.

Visualizo la sacralidad del planeta Tierra, la perfección que alberga y el ritmo de ascensión trepidante que circula en mis venas. Sonrío porque ya no tengo miedo, gracias a la plena aceptación de lo que me brinda el ahora y el convencimiento en que todo sucede, atendiendo a un plan.

Visualizo, respirando profundo, como el cielo se une con la Tierra, en el centro de mi corazón y mi niña interior y yo formamos parte de este escenario divino y tranquilo que la vida nos regala aquí y ahora.

Agradezco lo bueno y lo malo, mientras sigo con los ojos cerrados, respirando aún más profundamente, entregada al ahora. 

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