viernes, 17 de agosto de 2012

La liberación de los patos de la granja


Había llegado el día de la liberación de los patos de la granja. Habían sido cuidados por Supermami, su mamá gallina adoptiva, pero había llegado el momento de dejarlos libres en su entorno natural. El granjero se quedó con una pareja de patos a petición de su hija, que se había encariñado muchísimo con estos simpáticos animales, pero el resto serían trasladados a la naturaleza pues la vida en libertad sería la mejor opción. 

El granjero no pudo evitar llorar, cuando trataba de capturarlos en el corral de gallinas donde habían sido criados, recordando las anécdotas que había vivido con ellos desde que llegaron a su granja siendo unas crías de pato de tan sólo tres días de vida. Aquél duro momento le enseñaba que cuando nuestros guías de luz nos protegen, también sufren al tener que respetar nuestra libertad y plan de vida. Al igual les resulta a nuestros progenitores. Separarte de los que quieres, no resulta fácil. El granjero había aprendido y disfrutado de los patitos y con ellos se había sentido completamente en paz. Nunca olvidaría su mirada profunda y sus juegos en el corral.  

El granjero colocó a los patos en cajas de cartón y los trasladó al mismo lugar donde fueron hallados. Se trataba de una zona rural de campos no cultivados con lagunas naturales. El este entorno había poca presencia humana, hecho que había favorecido que la fauna y la flora de ese lugar aumentara y se diversificara. Las pocas personas que habitaban esos terrenos eran respetuosos con el medio ambiente debido a su conciencia ambiental y ecológica y respetaban y protegían a los animales, potenciando su presencia y permitiéndoles que vivieran en paz. Un río caudaloso atravesaba el lugar y le confería mayor frescura y desarrollo.     


La hija del granjero acompañó a su padre en tan señalado día pues, muy emocionada, deseaba compartir con los patitos, aquellos que habían sido sus amiguitos en la granja, este momento tan especial. La hija dejó de llorar al ver la belleza, la espaciosidad y la tranquilidad que se respiraba en esas praderas apacibles y frondosas. 

Había en ese lugar que parecía de cuento de hadas, una vieja casona cuyos propietarios estaban acondicionando. Al lado de esta casa había un huerto de frutas y hortalizas, rodeado de fincas y pastos. El lugar era idóneo para los patos. Cerca del huerto había una enorme laguna, con algas, peces y abundancia de insectos, donde los patos fueron hallados por la propietaria de la casa de campo al ser abandonados. Antaño había sido una piscina pero la propietaria había querido seguir conservándola como laguna, para respetar la vida animal y vegetal que albergaban esas transparentes aguas. Esa laguna desprendía una serenidad especial y sus amorosas aguas contribuían a la cría y crecimiento de numerosas especies acuáticas, algunas de ellas, minúsculas. Los propietarios de ese lugar de naturaleza en estado salvaje habían prometido desde niños contribuir a la preservación de la Madre Tierra, en especial de los reinos animal y vegetal, por lo que habían fundado varias asociaciones de compromiso hacia los ecosistemas naturales.



   

 El granjero y su hija soltaron a los patos ante la laguna, uno de ellos se alzó rápidamente en vuelo, disfrutando de su recién estrenada libertad. En el corral de la granja los patos no habían podido volar, así que no era cuestión de perder el tiempo para saborear la inmensidad del cielo. El pato se alejó rápidamente hasta que desapareció en el horizonte. Sin embargo, el resto de los patos se quedaron en el lago. Disfrutaron nadando, chapoteando y aleteando en el agua tranquila del gran lago, que nada tenía que ver con el pequeño recipiente que el granjero les había preparado a los patos en la granja para que puedieran bañarse. Sin duda, el lago les convenció más. La hija del granjero les dejó grano cerca del lago para que los patos puedieran comerlo, si les apetecía. Era verano y hacía buen tiempo. Los patos tenían tiempo de sobras para adaptarse a la climatología de las diferentes estaciones y buscar comida. De hecho, en los campos había muchas caracolinas. A los patos les encantaban, ya que les aportaban calcio, las encontraban deliciosas y resultaban fáciles de capturar.     

El granjero y su hija regresaron a la granja. La niña a pesar de tener en la granja a su pareja de patos, echaba de menos al resto. Su padre, el granjero, le dijo:

-Hija, los padres debemos aprender a respetar el camino de nuestros hijos. Ellos son libres de marcharse y de hacer su vida, de fallar y de acertar. No podemos sobreprotegerles, sino permitir, aunque nos duela, que se marchen y emprendan su rumbo. No sufras por los patos. Los patos en el campo están bien. Además, allí vuelan y caminan e inspeccionan su nuevo lugar. Para ellos es una aventura divertida. Seguro que ese paraje natural se convertirá en su lugar.

-¿Estás seguro de que estarán bien allí, papá? -le preguntó la niña a su padre.

-Sí, seguro. La naturaleza es su lugar. Allí estarán muy bien. No sufras por ellos -le tranquilizó su padre.  

La niña al irse a dormir encendió una vela a su ángel de la guarda y le pidió que protegiera a los patos en el campo, especialmente, esa noche, que era la primera que pasaban fuera de la granja. La hija estaba preocupada porque hacía una noche muy ventosa y sabía que el fuerte viento se llevaría los granos que les dejó a los patos cerca de la laguna. 

-Lo dejo todo en tus manos, mi ángel -pensó la niña.

Al cabo de un par de días, la propietaria de la casa de campo se puso en contacto con el granjero y su hija para decirle que los patos liberados estaban bien y seguían en la laguna. A veces, se iban para descubrir el lugar y buscar alimento pero siempre acababan regresando. La niña le preguntó por el montón de grano que ella misma había depositado cerca de la laguna y la propietaria le respondio que seguía ahí, casi intacto, ya que los patos habían comido parte de él.
 

 La niña sabía que eso resultaba casi imposible debido la ventisca que había azotado la zona la primera noche que los patos habían pasado allí. Pero la niña marchó a agradecerle a su ángel que hubiera protegido el montículo de grano para que los patitos pudieran alimentarse de él hasta tener un mayor conocimiento del lugar.


-Gracias, querido ángel, por cuidar de ellos. Por favor, sigue protegiéndolos. Les echo mucho de menos.- le confesó la niña a su ángel en voz baja.

Al regresar del colegio cada tarde, la niña se iba a ver a la pareja de patos del corral y a las gallinas y les daba grano.

-Papá, ¿me dejarás cuidar de ellos a partir de ahora? -le preguntó la chiquilla al granjero.

-¿Por qué? -le preguntó su padre.
-Porque me siento muy bien, cuando estoy con ellos. Mi miran con sus ojitos curiosos. Es como si con ellos pudieras olvidarte del mundo -le respondió la niña a su padre.

-A mí me pasa lo mismo -le respondió su padre, el granjero-. Cuidando de los animales, recibes mucho amor. Puedes cuidar de los patos y las gallinas-.

Por la mañana, la niña se levantaba antes para escaparse unos instantes al jardín de la granja antes de ir al colegio. ¿Por qué? Pues porque cerca del corral de patos y gallinas había un caminito de piedras. La niña levantaba las piedras por la mañana temprano, cuando la tierra todavía estaba fresca y húmeda, pues estaba repleta de lombrices. La niña las tomaba y se las daba a su pareja de patos y también a las gallinas.A la niña le encantaba estar cerca de ellos y ocuparse de su bienestar. La hacía feliz el simple hecho de ver que ellos estaban bien. Y mientras les acercaba al pico las lombrices, la niña se preguntaba qué estarán haciendo los patitos del campo.

Safe Creative #1208172133970