viernes, 6 de julio de 2012

Supermami, la mamá gallina

Érase una vez una mamá gallina que vivía en un corral de gallinas y codornices de una granja de campo, cercana a la ciudad. Desde allí no se escuchaba el bullicio de la gran urbe, por esta razón, en la granja se respiraba una atmósfera apacible donde los animales pacían en los prados y convivían en armonía. 

El granjero muñía las vacas cada mañana, ensillaba a los caballos y daba de comer a las gallinas, ocas, conejos y patos. En esa granja había un estanque enorme donde los patos nadaban sobre los peces. Los patos más pequeños chapoteaban en el agua y jugaban y correteaban sin cesar al llegar al suelo bajo la atenta mirada de sus progenitores. 

Un día una vecina del granjero, que vivía junto a un lago, se puso en contacto con el granjero pues en su lago aparecieron unos bebés patitos que parecían perdidos. Su mamá no estaba y nunca apareció. La vecina se compadeció de tan tiernos animalitos y deseó por encima de todo que crecieran con el amor de una madre, algo que después queda en el corazón para siempre. Así que la vecina le propuso al granjero si la mamá gallina de su corral los podía adoptar.

-La gallina decidirá -dijo el granjero.   


Tenía el granjero una gallinita perica que solía incubar no sólo sus propios huevos sino los de otras aves, si se daba el caso de que las aves mamás originarias no pudieran hacerlo. Por eso, antes de ser abandonados, según el granjero, la mejor opción era que esta gallinita que emanaba amor sin condiciones se hiciera cargo de los huevos.  Ella lo hacía encantada pues era su misión y su gran vocación. Debido a esta gran virtud, dedicación y entrega, el granjero llamaba a esta gallinita: la Supermami. Para que la gallinita pudidera llevar a cabo su noble misión, el granjero le acondicionó en el corral un lugar privilegiado donde ella disponía de agua, comida y suficiente espacio.

Hacía días que la gallina incubaba huevos propios y de una codorniz del mismo corral que había enfermado. Supermami apenas se levantaba pues siempre estaba sentada sobre los huevos para darles calor y que, de este modo, dispusieran de la temperatura adecuada.

El granjero colocó los cinco patitos de tan sólo tres días de vida al lado de Supermami. Ella no se movió y la verdad es que resultó un tanto indiferente hacia los nuevos patitos que piaban pidiendo amor. Pero si Supermami se levantaba, entonces los huevos quedarían sin incubar. ¡Qué dilema!   

Los patitos se acercaban a Supermami pero ella más bien trataba de apartarlos para proteger los huevos que estaban bajo su vientre. Entonces, el granjero la miró fijamente y le dijo:

-Por favor, cría a los patitos y ayúdales con tu amor a crecer fuertes y seguros-.

La gallinita, que hacía días que estaba prácticamente inmóbil, pestañeó al escuchar estas palabras. Al cabo de media hora, el granjero comprobó que la gallinita, que seguía sentada incubando los huevos,  ya tenía a los patitos también bajo su cobijo y su vientre. Sin embargo, la gran cantidad de huevos que la gallinita estaba incubando desde hacía días, impedía que los patitos pudieran estar cómodos bajo el regazo de mamá gallina. Así, que el granjero se vio obligado a retirar los huevos en bien de los recién llegados patitos. La prioridad del momento era la supervivencia de los pequeños.

Supermami les daba afecto y les enseñaba a buscar insectos. Era divertido observar como los patitos perseguían a las moscas antes de comérselas. La gallina también los protegía del resto de gallinas del corral para evitar que sufrieran pequeños ataques por falta de aceptación de los demás animalitos en un espacio común. Ellos siempre seguían a la gallina y la consideraban su mamá.

El granjero les colocó en el corral un recipiente grande con agua a modo de bañera para que los patitos pudieran nadar bajo la vigilancia de su mamá adoptiva. Comenzó, así,  para los patitos una época feliz. El granjero sonreía y se considera afortunado por presenciar tanta felicidad. De algún modo, eso a él le alentaba y le hacia sentirse más vivo.

-Gracias, gallinita, por ser tan buena mamá -solía decirle el granjero.

Los patitos crecían felices y sanos. Eran inquietos y tenían a su mamá gallina un tanto agotada pues la tarea de vigilarlos consumía sus energías pero ella más que como un sacrificio lo vivía como una bendición. Era evidente, pues cuando los patitos estaban cerca de ella, ella estaba inflada, satisfecha, orgullosa de ellos y de tenerlos a su cargo. 

Supermami era una mamá muy responsable y valiente. Un día que el granjero decidió construir un corral de madera más grande para que los pequeños patitos dispusieran de más espacio para corretear, el granjero tuvo que colocar a los patitos junto a las otras gallinas, mientras él limpiaba y adecuaba el nuevo espacio. Eso provocó que las otras gallinas picaran a los patitos. Supermami los defendió como pudo, pero, lo cierto, es que ella por tratar de defender a su prole adoptiva, recibió algunos picotazos del resto de las gallinas, que se habían unido en grupo contra Supermami. Como pudo, ella aguantó el ataque pero fue más lista que todas ellas. Supermami se repuso enseguida de los picotazos que sus compañeras de corral le acababan de propinar y esperó a que el resto de las gallinas se separaran. Cuando lo hicieron, Supermami les propinó un picotazo una por una. Separadas ya no eran tan fuertes ni socarronas. Supermami lo sabía y al darles un escarmiento cara a cara, de forma individual, consiguió acobardarlas y que entendieran que ellas debían respetar a los patitos. Supermami se convirtió en un ejemplo de mamá valiente e inteligente.

-Albergas grandeza y una gran inteligencia emocional en tu interior -le dijo el granjero a la gallina Supermami.  
 

El granjero también permitió a Supermami que saliera del corral con los patitos a disfrutar del gran jardín que rodeaba la granja. En condiciones normales y teniendo en cuenta que Supermami llevaba encerrada muchos días, quizás ella al verse en libertad en el jardín, habría tratado de volar. Pero nunca lo hizo por no separarse ni un instante de sus patitos, que seguían siendo tan pequeños que aún no volaban. Los patitos iban por todo el jardín y se agachaban para toquetear con el pico todo cuanto se les antojaba. Pero Supermami les enseñaba a seleccionar y a llevarse a la boca solamente lo que era comida. Siempre seguían a su mamá gallina y todos formaban una familia muy unida, llena de amor y de vida.   


-Tú eres la dueña del jardín -le dijo el granjero a la gallinita mamá- Tú eres el hada de mi jardín.  Supermami, ¿eres una hada disfrazada?


A veces los encantadores patitos daban cariñosos picotazos en la cresta de Supermami. Les sorprendía esa cresta roja que les parecía un corona en lo alto de la cabecita de su mamá adoptiva. Ella soportaba esos picotazos con resignación y abnegación y cuando no podía más, levantaba la cabeza para que los patitos no llegaran a tocarle la cresta.   


Supermami era una gallinita preciosa, llena de luz, que cuidaba de los patitos con la devoción que sólo una madre conoce. Por la noche, todos los patitos querían dormir bajo las alas de Supermami. Eso resultó posible cuando los patitos sólo contaban unos días de vida pero conforme iban creciendo -y crecían rápido pues el granjero se aseguró de dejarles mucho alimento en el corral-, todos ya no cabían bajo las alas de Supermami. Era divertido observar cuando por la noche todos los patitos trataban de conseguir estar bajo el ala de Supermami, pero no podía ser y la mayoría de ellos tenía que contentarse con estar a su alrededor, dándose calor unos a otros. Nada más despuntar el sol, los patitos despertaban y ya estaban en acción. Supermami siempre emitía un cacareo particular para indicar su posición a los patitos. De este modo, ella procuraba que ellos estuvieran cerca de ella y si cuando los llamaba, ellos no acudían, entonces ella iba a buscarlos. Era una mamá atenta y paciente. 




Cuando Supermami encontraba alguna lombriz o babosa, emitía un cacareo para que los patitos se acercaran a ella y ella les daba la lombriz. Para los patitos, las lombrices y las babosas constituían un delicioso manjar.

Supermami por las noches se sentía cansada pero feliz y satisfecha con su labor maternal. El granjero también estaba contento al comprobar que esos patitos habían encontrado en Supermami la madre que tanto necesitaban.            
            
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