martes, 17 de julio de 2012

Discurso de la Papisa


La Papisa, gran conocedora de las leyes del Universo, es una sabia figura del tarot que me ha soplado parte de sus conocimientos. Los comparto con vosotros a través de este escrito: 

 
 
Somos creadores de la realidad que nos circunda y cuanto más limpios estén nuestros pensamientos, cuanto más honestos, coherentes y sinceros seamos con nuestra verdad, más posibilidades existen de ser implementadas. 

La fe es un arma poderosa que siempre debe ir acompañada de una visión realista y a veces un tanto atrevida de una idea propia. La música brota del alma y nos marca el ritmo para seguir adelante con nuestros proyectos del alma. La constancia garantiza la consecución de un proyecto. A veces, en cambio, renunciamos, nos desasimos de algo por lo que hemos luchado y, cuanto menos lo esperamos, presenciamos la cristalización de nuestro deseo. Y es que el desapego deja un espacio creador maravilloso que puede obrar milagros por paradójico que pueda resultar. En este caso, soltarnos nos acercaría a lo que realmente somos.     

La virtud más noble que acompaña un deseo es la sincera intención de ayudar, de aportar al mundo algo para que se convierta en un lugar mejor. El Universo va a solidarizarse con nuestro ferviente deseo y, si no prospera, no por eso vamos a abandonar nuestra vocación. Quizás entonces volver a intentar lo mismo más tarde, iniciar algo parecido pero con alguna variante o novedad o simplemente buscar otro camino. El apoyo aparecerá en su momento y el Universo nos sustentará, si estamos alineados con el propósito de nuestra alma.

Nuestra vocación de servicio es algo que nos hace sentir bien, en la que el tiempo nos pasa volando, que nos llena y nos hace sentir útiles. La mente de un servidor del mundo debe de ser ecuánime, neutral, desapegada de juicio ya que así sabrá escuchar y nunca confundirá ayudar con perjudicar o dañar, tratando de imponer solapadamente a los demás los propios prejuicios o conceptos contaminados de ego. Ayudar es impulsar al otro para ser y dejar ser y nunca manipularle o hacerle sentir culpable para plegarlo a nuestros deseos, deseos que suponemos que son lo mejor para él. Pero una mente abierta sabe que no lo sabemos todo y mucho menos sobre los demás y que lo pensamos que les pueda convenir pueda ser erróneo. Por eso, para tratar de conocer a los demás, el primer compromiso que debemos cumplir es conocernos a nosotros mismos, requiera esto el tiempo que sea necesario, sanar las heridas, ser consciente de las propias debilidades y virtudes, para luego ayudar, escuchar y comprender mejor a los demás. Esta posición nos permitirá empatizar o colocarnos en la situación del otro y tanto más cuanto nosotros la hayamos experimentado anteriormente o seamos capaces de entenderla aún sin haberla vivido en nuestras carnes.

La ayuda a los demás no debe implicar renunciar a ser uno mismo o agotarnos excesivamente en el intento de dedicarnos al prójimo, ya que si nos olvidamos de nosotros mismos, nos acabaremos olvidando de vivir, se nos escapará la vida, sobre todo, si intentamos a toda costa agradar a los demás, y nos sentiremos desorientados y perdidos al no conocer lo básico sobre nosotros mismos.


Conocerse abre un amplio abanico de posibilidades creadoras y nos hace sentir libres y seguros. Conociéndonos desplegamos nuestras alas de conocimiento para luego fundirlas con las de los demás y continuar con la cadena humana de libertad que romple viejos miedos y nos acerca a nuestra autenticidad. De este modo, el primer servicio es a nosotros mismos y cuando estemos preparados, lo ampliaremos al resto de la humanidad. Iremos encontrando en nuestro caminar a aquellos que son reflejos de nuestras cualidades y defectos, lo cual nos permitirá tomar consciencia de cosas que casi habíamos olvidado e ir puliendo nuestra personalidad, perfeccionándonos para acercarnos cada vez más al ser. Conforme vayamos trabajando interiormente nuestros punto débiles y cambiando nuestras actitudes, también cambiarán los de nuestro alrededor o bien seguirán o seguiremos otros derroteros para dejar paso a los que se asimilan a nosotros.

Así pues, la vida se convierte en una escuela cuyo éxito proviene de creer en nosotros mismos. Si aprendemos a tener convicción en los designios y dones del corazón y a fortalecer nuestra autoestima, sabremos despertar estas valiosas cualidades en los demás.           

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