martes, 3 de abril de 2012

Desde la paz del bosque

En este día lluvioso aquí me siento tan invisible y a salvo como los elfos y las hadas, que adivino que me observan desde la lejanía, tras la frescura de este rincón natural de ensueño, y los cuales me han empujado hasta aquí. Aunque yo no los vea, los siento conmigo y en el recogimiento y la intimidad del instante reverencio su presencia y les envío un beso desde el calor del alma.

La lluvia cesa y apacigua el momento. La serenidad se apodera del instante e impregna el espíritu animal y vegetal que me rodea, me abrazara con la luz de su corazón. Las nubes empiezan a deslizarse, a corretear entre la maleza y rozan el suelo casi sin querer. Las tengo enfrente de mí, esponjosas, escurridizas y etéreas y las percibo como una bendición que me infunde armonía y confianza. Es como si el silencio naciera aquí y yo hubiera venido a enraizarme en él.

Me siento una con la vegetación y sus raíces de sosiego se anclan en mi alma. Me susurran que fui la niña que corría libre por las montañas y que pronto la veré sonreír. La visualizo, la tomo de la mano y la mezo en mi regazo. Pronto se queda dormida y tiene un hermoso sueño. Pero el mejor sueño es el que se vive despierto desde el ahora pues nos conecta con la perfección del instante visto sin juicios ni temor, respirando agradecimiento y hablándole desde el corazón.

La magia de este lugar me cala tan hondo como la humedad que ha dejado la lluvia. Este parece un bosque de cuento de hadas capaz de albergar vida con el amor sin condiciones de una madre que ama sin esperar nada a cambio.

El instante me agarra y me fundo en su esencia libre de forma, disfrutando de su magneficiencia pero sin tratar de asirlo. La naturaleza de la vida es libre. Así, todo tiene derecho a ser pues es por sí mismo. Tratar de modificar esto mediante el control es una locura.

Existe una fuerza tan grande en la naturaleza que me estremece el simple hecho de percibirla... pero la Madre Tierra tiene el don de llevarnos hacia dentro para reconocer al ser y embebernos de su paz y de la explosión de vida que irradia. Este es un milagro que estoy experimentando en este 2012, el milagro de estar aquí y ahora y de ser consciente de la grandiosidad que se halla en todo incluso en lo diminuto. Ahora percibo la dualidad como algo que hay que aceptar e integrar en nuestra experiencia en bien de un mayor conocimiento para comprendernos mejor y a todo y a todos los están incluidos en nuestro camino.

Me sigo dejando sobrecoger por el ambiente calmo de este paraíso callado sólo rasgado por el sonido fugaz del movimiento rápido de los animales y el canto melodioso de los pájaros. Con su trino elevan la vibración del Universo y le otorgan la condición de sublime y especial.
El planeta Tierra es un lugar único y testimoniar la belleza y perfección que poseen sus paisajes es un regalo del cielo. Intuyo que los ángeles y los seres elementales de la naturaleza custodian este lugar y les pido que sigan protegiendo el mundo para que una mayor conciencia se instale en cada uno de nosotros. El potencial de la raza humana es infinito y puede usarlo en beneficio de toda la creación.

Me quedo inmóvil antes los árboles. Esto me enseña a observar y a ser testigo imparcial de los acontecimientos. Esta constituye una de las mayores joyas de la sabiduría que nos dejaron nuestros antepasados: ser capaces de dejar de emitir juicios y desarrollar una mente neutral y ecuánime. Pero para eso se necesita aprender escuchar más y a hablar menos para que el silencio y la tranquilidad de espíritu se aposenten en nuestros pensamientos. Esto sólo lo consigue la perseverancia, la fe y la paciencia. La paciencia constituye esa maestra que proviene del ser y que nos alienta a caminar más despacio, para comprender cada paso dado y estar alerta sin tensión. Hay que tener mucha paciencia para vencer a la mente parlanchina.

La elevación de este lugar montañoso me conecta con mis ancestros y les transmito mentalmente mi cariño para que sepan que siguen formando parte de mi familia de luz.

En un tiempo anterior todos tuvimos alas y volverlas a desplegar para encontrar nuestro lugar, transcender y elevarnos a donde pertenecemos, forma parte de nuestra misión.

Una mayor luminosidad baña el bosque y noto que lo invisible está más cerca. No siento miedo sino acompañamiento y respeto hacia mi espacio vital. El respeto es el secreto que hace que las relaciones funcionen y que lo diferente pueda convivir sin dañar.

Las nubes están subiendo. Yo me iría con ellas, lejos, hasta el arco iris y me quedaría allí con mi niña interior, bajando por él como si fuera un tobogán.

Resulta todo tan hermoso e idílico desde aquí que las preocupaciones se han escapado... Aquí todo se embellece y el mundo emocional se eleva con la luz del sol.

El sol empieza a acariciar el aura del bosque y la brisa juega con mis cabellos, con las ramas de los árboles y con los duendes que se esconden tras las piedras. Lo divino cobra vida sobre todo cuando la claridad y la transparencia lumínica da paso a una belleza tremendamente viva que antes quedaba oculta. Este momento es espectacular y gratificante.

Las hojas siguen moviéndose al compás de la brisa, mientras las hadas danzan y juegan sin ser vistas.

La existencia es un baile en el que hay que saber hallar el compás del corazón y, entonces, cada paso nos conduce a la perfección que reside en cada uno de nosotros, a esa belleza interior que se convertirá en nuestro legado de vida.

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