viernes, 13 de mayo de 2011

El hada y el gnomo del bosque


Érase una vez un gnomo que habitaba en un árbol enorme de un frondoso bosque. El gnomo amaba a ese árbol por encima de todas las cosas pues le procuraba cobijo y era su hogar. Un hogar hermoso, sobre todo, cuando la luz del sol guiñaba el ojo al nuevo día y los haces luminosos se colaban entre las hojas verdes y tiernas y se dejaban caer, confiados y alegres, hacia el suelo para iluminarlo y llenarlo de calidez. Además, el gnomo podía jugar con esos haces de luz e, incluso, esconderse tras ellos. Al gnomo la vida le parecía ligera y un asombroso juego repleto de magia, de intuición y de imaginación.

El gnomo vivía su existencia con agradecimiento y honraba cada instante con tanta veneración que incluso a veces los animalitos se sorprendían de su amor por la naturaleza y por su amado bosque. Pero el gnomo sentía desde el corazón y a cada soplo de vida que se cruzaba en su camino, le trasmitía el aliento de la felicidad, de la ternura y de la alegría.

Al lado de su árbol hacía días que brotaba un rosal. En el rosal habitaba un hada que cuidaba de él y que cada día estaba más maravillada por la belleza y la fragancia de las rosas. Las gotas de rocío sobre los pétalos al amanecer parecían diminutas perlas al ser bañadas por la luz solar, cuando el sol se desperezaba y abría los ojos cada mañana. Al principio el gnomo y la hada no tenían una relación cercana pero cuando la primavera estalló, el rosal comenzó a extender su crecimiento hacia el árbol hasta tal punto que un día se acercaron tanto, que casi se tocaban. Era como si el árbol hubiera atraído el rosal hacia él.

-Tengo que confesártelo –le dijo el gnomo al hada- Le pedí a mi árbol que atrajera al rosal pues me he enamorado de la frescura y del aroma de sus rosas.

-Amas a las plantas y a los elementos de la naturaleza –afirmó el hada.

-Sí, la madre tierra acoge en su superficie a valles y bosques y yo adoro protegerlos. Este es el compromiso que asumí al nacer –le confesó el gnomo.

-A mí me sucede lo mismo –le dijo el hada.

-¿Crees que nuestras plantas se han acercado la una a la otra porque tú y yo tenemos el mismo propósito? –le preguntó el gnomo al hada.

-Quizás. Las plantas son inteligentes, sensibles e intuitivas –le respondió el hada.

Pasaron los días y el rosal se emparró alrededor del árbol pero de un modo que parecía como si quiera abrazarlo.

-¿Por qué tú y yo no hacemos los mismo? ¿Por qué no nos abrazamos? –le preguntó el gnomo al hada.

-Abrazarse es tan humano… -suspiró el hada-. Forma parte de la verdadera naturaleza del amor y de la amistad de los humanos. Esa naturaleza que puede llegar a ser tan noble como la de los seres de luz.

Así que el hada y el gnomo se sumieron en un profundo abrazo que elevó sus almas y les hizo sentir la fuerza del corazón y de la calidez del contacto cercano y sincero, que a partir de ese día siempre mantuvieron, eso sí, siempre pendientes de la vegetación y del alma de ese bosque tan remoto y encantador que muchos dicen que es mágico, mientras algunos dudan de su existencia…

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