viernes, 29 de abril de 2011

Los regalos de las hadas




Me integro en el silencio, en ese espacio profundo, bello y cautivador de donde nace todo, incluso la forma, y en mi luz va dibujándose la silueta de una grácil hada. Alas suaves y esponjosas rodean mi existencia, mientras las estrellas se posan sobre mí y acarician mis cabellos con sus rayos de luz dorada. Miro atrás y siento como el lastre de antaño se ha desprendido, como el sufrimiento se ha escapado y ha dado paso a la ligereza y a la libertad de ser. Siento como la alegría me fluye a borbotones y lo percibo con el asombro de un niño. Ahora me permito adentrarme en emociones hermosas aunque hayan permanecido ocultas durante años porque el dolor había cobrado la forma de una tormenta de verano que me había engañado y pretendía descargar durante años en mi naturaleza. Pero mi mago interior deshizo el embrujo. Ahora siento como mi luz me atraviesa y me llena el alma de receptividad, sensibilidad, magia y encanto. Así somos las hadas.

Floto en mi paraíso y mi vibración me lleva a la sala del Oráculo de las Hadas. Seres de luz debaten sobre el destino y la existencia de algunos de los humanos. Aquellos cuyo corazón puro merecen ese honor. Y aunque les cuesta llegar a un acuerdo, acaban derramando sus dones sobre las almas nobles y limpias que aunque sean humanas, parecen angelicales. Esas personas van a recibir los regalos de duendes, gnomos, hadas y elfos. Son aquellos regalos que nunca se olvidan porque cuando se reciben se tiene la certeza de que le pertenecen a uno y le estremecen el corazón.

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