viernes, 11 de marzo de 2011

Los duendes y la joven del arco iris


Érase una vez una joven que trabajaba en una granja cercana a su casa en el campo. Ella solía ir a trabajar cada mañana muy temprano para dar de comer a los animales y arar la tierra. Sin embargo, se desplazaba hasta la granja a pie, dando un paseo para disfrutar y agradecer cada paso en el sendero de fresca hierba que la encaminaba hacia su destino y sonriendo al amanecer con la alegría de una chiquilla. Ella adoraba el contacto con la madre tierra y sentía su presencia en el planeta Tierra como una bendición.

Esa mañana, antes de salir de casa cogió su paraguas pues parecía que el cielo iba a obsequiarla con unas gotas de lluvia. Abrió su paraguas y empezó a caminar rumbo a la granja, como de costumbre, mientras contemplaba como las gotas de lluvia impactaban sobre la superficie de un lago del camino. Esa caída de las gotas sobre la superficie plana y tranquila del agua rompía su uniformidad pero se trataba de un movimiento que le produjo paz. La lluvia cesó, así que la joven se dispuso a cerrar su paraguas. Pero no pudo, porque una ventisca pretendía impedírselo y llevársela e ella unos metros hacia delante. Por si no fuera poco, para colmo, empezaba a llover de nuevo. La joven antes de desesperarse, miró hacia atrás y vio como dos duendes traviesos reían divertidos.

Ella sabía que los duendes eran sus amigos. El viento y la lluvia cesaron y los duendes le hicieron a ella un regalo que le llegó al corazón.

Un hermoso arco iris apareció ante sus ojos. El arco iris había nacido justo en el centro de donde se encontraba ella. Ese sublime y espontáneo acto de la naturaleza la hizo sentirse enormemente presente en aquel instante. Además, el arco iris era tan grande que le pareció infinito y esa infinitud, le acompañó en su camino hacia la granja. La alegría, la confianza y el júbilo brotaron de su interior.

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