sábado, 26 de febrero de 2011

El duende del zapato


Érase una vez una niña que mientras caminaba por el bosque, se le metió una piedra en el zapato. Así que con el pie agitó el zapato para que la molesta piedra saliese y ella pudiera, así, continuar su camino. La piedra salió, sin embargo, algo agradable continuaba dentro de su zapato. Era un duende, un duende que no podía salir de allí dentro.

-¿Por qué no puedes salir?- le preguntó la niña.

-Porque sólo puedo salir de aquí para ir a tu corazón y allí no puedo ir ahora pues tu pensamiento me lo impide –le respondió en duende con su dulce voz desde dentro del zapato.

-Es verdad –admitió la niña-. Últimamente, ando preocupada y por esta razón la vibración de mis pensamientos ha decaído. Tú lo has notado enseguida.

-Pero, ¿por qué no crees en tu luz? –le preguntó el duende-. Si pudieras verla…es tan hermosa y brillante, parece una estrella. Si sintieras el ser de luz que tú eres, me verías jugar con tu alma, balancearme en tu latido, empaparme del halo amoroso de tu luz y si tú realmente la reconocieras y la valoraras, no la ignorarías, sino que la cuidarías como si fuera un tesoro, el cual contiene la vibración pura y noble de tu alma y te recrearías eternamente en su fuerza divina y en su naturaleza calma y bella.

-Sí, querido duende, pero créeme a veces las preocupaciones parecen tener más fuerza que ella… Así lo siento ahora –le confesó la niñita.

-A pesar de tus pensamientos negativos puedes ayudarme a escalar hacia tu corazón, visualizando en tu interior una luz tan fuerte en el pecho que es capaz de afectar a quienes te rodean. Siente su fuerza, su calor, su poder, su magnetismo y, de este modo, podré acercarme a tu corazón y salir de tu zapato -le solicitó el duende.

La niña hizo lo que le pidió el duende. Lo hizo con todas sus fuerzas y desde el corazón y pronto sintió una bola de energía. Era vida espontánea y alegre que se esparcía en su interior y que reanimó su ritmo interior, como si un baile del espíritu tuviera lugar en su cuerpecito de niña. De pronto, la niña empezó a bailar y ¡ya no sintió al duende en su zapato! Ahora percibía una brisa juguetona a su alrededor, una brisa que silbaba y cantaba notas tan divinas y sublimes que ya jamás las olvidó pues su sonido se quedó grabado para siempre. Y este fue el regalo que le hizo el duende: cada vez que la niña se sentía triste, imaginaba que tocaba con su luz esas notas que residían en su corazón y en su alma las cuales siempre le acompañaban allá donde fuese y, que, con su magia, cambiaban el pensamiento. Además, la niña empezó a tocar la flauta para llamar a su duende cuando lo necesitaba y para llenar el mundo de una melodía que hacía aflorar la belleza y la luz del planeta tierra y de quienes lo habitaban.

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