jueves, 23 de septiembre de 2010

Cuento del muchacho, el hada, el duende y el pegaso


Érase una vez un hada que se paseaba en el ser de un humano dulce y agradable de trato pero que se sentía un tanto dudoso con respecto a su vida que, aparentemente, era feliz y completa.

El joven siempre se preguntaba si más allá de todo aquello con que la vida le había bendecido y regalado, en realidad, hubiera algo más que a él se le había pasado por alto. En su cabaña en lo más recóndito del bosque, esa persona se cuestionaba mirando profundo en el horizonte de las montañas nevadas en medio de tanto silencio y de tanta calma que hasta se podía escuchar los latidos del muchacho. El resonar de esos latidos era tan profundo, que no sólo emocionaron al hada sino que un duende no pudo evitar ser atraído por lo significativo y auténtico de las emociones del muchacho.

El duende y el hada decidieron asociarse por el bien del muchacho y se posaron en los pensamientos y sensaciones del joven, para poder ayudarlo en su espiritual y sutil cuestión.
Descubrieron que el muchacho siempre se había dedicado por entero a su familia. Sus recuerdos latentes y sentimientos respecto a la misma eran limpios y cariñosos pero tras cada pensamiento el hada y el duende, gracias a su profunda sensibilidad e intuición, percibieron un tenue halo de libertad, aventuara y frescura juvenil todavía por descubrir y experimentar.

Así que estos seres de luz enviaron al muchacho unas gotas de lluvia…

¡Empezó a llover a cántaros! Así que el muchacho dio por finalizada su sesión de meditación e introspección rodeado y arropado por sus adoradas montañas, y corrió hasta una cueva cercana. En todos los años que el muchacho llevaba viviendo en ese bosque, nunca se había dado cuenta de la presencia de esa cueva. Así que, sin dudarlo, el muchacho entró en ella para resguardarse del chaparrón.

Al fondo de la cueva, el joven vio un bello y enorme pegaso que lo invitó a montar sobre él para cabalgar hacia un nuevo mundo de magia, sueños y fantasía.

El muchacho accedió pero antes le preguntó qué sucedería con su familia mientras él se ausentaba. En ese momento, el hada y el duende que se habían estado escondiendo en el interior del joven, salieron suavemente y se deslizaron por delante del muchacho, justo a la altura de ese corazón bondadoso, que tanto les había conmovido, para decirle que ellos se encargarían de velar por su familia.

El muchacho les agradeció tan noble gesto, mientras marchaba volando a lomos del pegaso rumbo a un nuevo sentido de libertad y de emoción en tierras lejanas.

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